La mayor faena que los populares podrían hacerle a Rubalcaba sería facilitarle el cumplimiento de su amenaza; vía libre la moción de censura. Poner cara de póquer y darle tantas largas como el de Solares necesite para hacer bueno el farol que se tiró amenazando con presentar un candidato a la presidencia del Gobierno, que de eso se trata en las mociones de censura constructiva que importamos de la Alemania de Willy Brandt.
Pero jugaba con cartas marcadas. Su intención no es hacerse con las llaves de La Moncloa. Para eso, además de los votos que no alcanza, es preciso un programa de gobierno, que no tiene, y soportar un debate sobre sus intenciones, no sobre las cuentas de Bárcenas, ni los sobresueldos, ni demás historias que a Rajoy se reclaman, y que es en lo que están.
¿Qué censura sería esa en la que abre las puertas de par en par a Rajoy para centrar el debate sobre su adversario y aspirante a ocupar su sitial en lugar de ocuparse de su propia defensa? Una falacia. Al común, esa masa de españoles que de vez en cuando son encuestados, seguramente les suena bien la palabra censura, pero Rubalcaba y cuantos se sientan en el hemiciclo, incluso los de la boina, saben que no es posible en las actuales circunstancias.
Como se preguntaba un socialista pata negra, “Rubalcaba ¿candidato a qué y de quién?” Para empezar, su propio partido exige unas primarias para dilucidar a quién confiar tal cometido. Y de postre, no parecen excesivos los entusiasmos que el actual secretario general del partido socialista levanta entre sus electores.
Y entre los demás, tan necesarios para juntar una mayoría suficiente de gobierno, los índices de rechazo son aún mayores que los que aderezan el viacrucis de Rajoy. Personaje extraño Rubalcaba, capaz de decir en menos de dos minutos una cosa y la contraria en la entrevista que a cinco páginas le brinda su diario amigo. La secuencia es así de lineal. A la primera pregunta responde que pidió en febrero la dimisión de Rajoy porque llegó a la conclusión de que estaba mintiendo a los españoles. A la tercera pregunta –“¿Ha tenido usted algún contacto con Rajoy desde que pidió su dimisión?”- responde con un rotundo “No”. Pero a la cuarta pregunta responde que se vieron “hace semanas. A propósito del tema europeo”. Y en la siguiente añade que se han visto personalmente “una vez más… y hemos hablado algunas veces por teléfono”. ¿No, Sí?
Todo ello es lo normal entre un gobernante y el líder de la oposición, ¿cómo no van a hablar del tema europeo, de economía o de la Corona, como más adelante apunta? Pues claro que han hablado desde que pidió su dimisión. Y como el otro, naturalmente, se mantuvo en sus trece pasó a involucrar al resto de los grupos en una moción de censura imposible. Tan imposible que en lugar de plantearla por sorpresa, como se hacen esas cosas, la anuncian dejando la fecha abierta. La fecha y lo esencial, el nombre del candidato alternativo. ¿Estarán pensando en Soraya? No, no en la suya; en la otra, la del guante de seda.
Las opiniones vertidas en el resto de la entrevista apenas merecen un comentario. Nada nuevo. Y algunos extremos chocantes, como pedir más impuestos. Como candidato alternativo no tendría precio.