Murió ayer víctima de 94 años dedicados a la política, a su comunidad. Se confesaba romano más que italiano, “mucho le debo a la consistencia romana de mi carácter”, dijo en alguna ocasión. Desde el desembarco de los anglo-norteamericanos en Sicilia que marcó el inicio del final de la segunda guerra mundial, Giulio Andreotti ha sido protagonista de la democracia italiana, dijo ayer Letta, jefe del gobierno recién formado, quizá el único que no ha tenido ocasión de votar de los sucedidos durante el último medio siglo. De entre ellos, él mismo presidió siete. Nadie ha podido conocer mejor y de primera mano los interiores de su nación.
De la República Italiana y del Estado Vaticano. A sus diecinueve años ya asistió a una audiencia papal; era Pío XI. Faltaban cinco años para que las tropas de Patton y Montgomery desembarcaran en Sicilia. Y a partir de entonces Pío XII, Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron interlocutores habituales del político demócrata cristiano, el hombre más escuchado en el Vaticano y el que más de cerca escuchaba a los pontífices. Dicen que no le dio tiempo a conocer a Juan Pablo I, el breve; tampoco a Francisco, aunque sí al cardenal Bergoglio.
A finales de 1976 Andreotti hablaba de la necesidad de un pacto de Estado como el que año y medio más tarde lograron las dos grandes fuerzas italianas: “Sería una tontería ignorar la historia del comunismo internacional y considerar una meta lo que no es más que un atormentado camino hacia la búsqueda de nuevos modelos políticos. Pero también sería de tontos no utilizar en interés del pueblo italiano y por la necesidad de salir de la crisis económica, una no beligerancia parlamentaria de todos los grupos al Gobierno monocolor democristiano el único posible hoy… En el país de Macchiavello un poco de fe en la superación de los errores y una gran lealtad multilateral no son objetivos secundarios”. Pocos meses después aquí se firmaron los Pactos de la Moncloa.
Hombre complejo Andreotti, como la política con mayúscula siempre lo es. Católico a macha martillo, en 1978 firmó la Ley italiana del aborto como presidente de Gobierno, pocos días después del asesinato del presidente de la DC, Aldo Moro; el hombre que alcanzó con el PCI de Berlinguer el compromiso para salvar la institucionalidad republicana.
Si en 1978 los italianos cerraban el compromesso storico, los españoles rubricamos otro, el de la Constitución de la Concordia. Treinta años después han desaparecido aquellos dos grandes partidos en la Italia que desde 1994 ha estado a merced de Berlusconi. El personaje, nacido a la política en el partido socialista de Craxi, fundó Forza Italia cuando la corrupción generalizada, tangentopoli, y la caída del Muro de Berlín arruinaron los partidos tradicionales, cosa que Berlusconi ha estado a punto de conseguir con la propia Italia, rescatada por la UE con el gobierno técnico de Monti.
En España no llegamos a tanto, pero convendría aplicarse el cuento. Este secarral político carece de la finezza del genio que legó aquella memorable sentencia : “il potere logora chi non ce l’ha”. Todo un tratado político válido en situaciones de normalidad. Hoy, tanto desgasta el poder al que no lo tiene como al que teniéndolo no lo usa. Y ahí es cuando llega el, o la, Berlusconi de turno. Las consecuencias son conocidas.