Llueven a cántaros. Pocos llegan al nivel del ministro argentino de economía que no sabe hasta dónde llega la inflación de su país, pero el caso del presidente del CSPJ, el señor Moliner, hablando de los acosos a políticos aquí nos importa más.
Lo del gobierno de los Kirchner es cosa sabida, y que su inflación real puede llegar a triplicar la oficial, también. Pero que don Gonzalo Moliner presente los acosos como “ejemplo de la libertad de manifestación” es una solemne tontería que no se cura con los consabidos juegos de palabras sobre si no hay violencia…, si tiene carácter pacífico…, etc. Al titular de uno de los tres poderes estatales hay que exigirle un hilado más fino. No hace falta llegar hasta la violencia para conculcar los derechos a la libertad, intimidad personal, honor, etc. de la víctima del acoso.
No consta su opinión sobre otro tipo de acoso como el que ayer sufrió el Congreso; antes de la violencia que, obviamente, el llamado asedio generaría -docena y media de agentes heridos-. Al fin y al cabo por qué no interpretarlo como otro ejercicio del derecho de manifestación. Quizá
tenga que pasar algún alto magistrado por el trance vivido por las familias de la sra. Sáenz de Santamaría, del sr. Pons o del alcalde de Torrelavega, y también de sus vecinos respectivos, para hacer el ajuste fino que su criterio cívico parece requerir.
Otros pierden la cordura en arrebatos de ira; es el triste caso del miembro del parlamento gallego Beiras, catedrático de estructura económica en sus mejores años, que de fundar el partido socialista gallego ha terminado liderando la coalición de nacionalistas y comunistas de la región. Sus puñetazos sobre el escaño del presidente Feijóo, como hace veinte años golpeando el suyo con un zapato, hacen dudar de su estabilidad emocional, o mental.
Claro que hay casos que ya rozan la idiocia, como el del diputado Baldoví, o el profesor Verstrynge. Al primero le gusta desvestirse en el hemiciclo del Congreso que el segundo trató ayer de asaltar, como si no le hubiera bastado hacer el payaso ante el domicilio familiar de la vicepresidenta del Gobierno. Aquél, nacionalista radical valenciano, que ya tiene bemoles; el segundo, diputado que fue y secretario general durante diez años de la Alianza Popular de Fraga, abreva hoy en las verdes praderas comunistas después de su paso por el partido socialista y agente comercial de material sanitario en Israel.
En fin, es lo que hay, y no es cuestión de ideologías, porque ejemplares de tal naturaleza se dan en todas las casas, comenzando por las de la mayoría que gobierna.
Mañana hablaremos de algo más serio y positivo, como la propuesta de los populares para introducir, al fin, la elección directa de parlamentarios, por ahora regionales y en Madrid.