Nadie discutirá que el paro, el estancamiento de la producción, la pérdida de dinero, las rigideces del sistema productivo y del administrativo también, en fin, todo lo relacionado con la economía constituye el principal motivo de preocupación de nuestra sociedad.
Es más, la economía, los derroteros por los que discurría ahora hace dos años, fue la causa primera del cambio de gobierno. Y tanto empeño puso en ello el común que quienes ganaron lo hicieron por goleada y los perdedores aún no se han repuesto del trauma. Por ello entraba dentro de lo esperado que los nuevos gobernantes fijaran su objetivo en atajar la bancarrota económica, y sobre él han disparado todo cuanto llevaban en sus cartucheras; con mejor o peor tino, errando y corrigiéndose, parece que han frenado la marcha del deterioro.
Pero el país es mucho más ancho y tiene demasiadas cuestiones pendientes. El hecho de haberle evitado una drástica intervención económica exterior no justifica un Gobierno apoyado por una gran mayoría parlamentaria.
No es demasiado probable que en un futuro próximo este viejo país vaya a disponer de los medios políticos necesarios para atender otros frentes no menos relevantes que el de la economía. Incluso ahora, salvada de momento la suspensión de pagos, deberían contemplarse como condicionantes del futuro crecimiento y bienestar ciudadano. Es decir, fundamentales.
Son de índole diversa, no todos esperan una ley que resuelva problemas. No es cuestión de leyes, sino de criterio y empeño. Alguna de esas cuestiones requiere la reposición de determinados valores y exigencias; otras, trenzar los consensos necesarios para alzar nuevos andamiajes con los que reedificar lo que el tiempo ha deformado.
La autolimpieza de la corrupción que ha minado la mayoría de las instancias de poder es una de ellas. Implantar decididamente en la calle el respeto a la Ley, otra. Y una Justicia eficaz, pronta, transparente, despolitizada. Como el resolver los diferendos interregionales y dar cauce a los independentismos.
Quizá entre todas ellas haya un nexo común: enfrentarse a las huidas de la realidad que suelen acosar a las sociedades en momentos críticos.
Eso sería afrontar el papel que corresponde a un Gobierno parlamentario en un país en crisis. No sólo la económica; más allá de lo que las orejeras permiten ver queda un ancho mundo de vida inteligente por atender.
Me parece estupendo el analisis, acabo de llegar de Barcelona donde he asistido a una mesa redonda en caixaforum, una clase como alumno en la facultad de comunicacion de la universidad central, y a una tertulia en el Ateneo, todo ello muy diverso y puedo asegurar que el problema básico es la incomprensión colectiva de los políticos entre sí. la politizacion de la justicia. la corrupcion generalizada y la falta de respeto a las leyes basicas.
pero todo ello soportado ejemplarmente por una ciudadania (como se dice ahora )de un alto nivel cultural y estetico
Para mí el problema no esta en el soberanismo que es un globo ficticio que se ira desinflando poco a poco.
El problema tremendo y angustioso es el paro que se puede llevar por delante a mas de una generacion