Y si no los hay, los importamos. Es sabido que las crisis acentúan los juicios y comportamientos más radicales, extraños en tiempos de bonanza. No hay más que asomarse a los periódicos de cada día y sobremanera en los fines de semana donde, quizá para llenar suplementos y otras páginas especiales, se agavillan subproductos merecedores de más discretos destinos.
Hasta en medios tenidos por serios proliferan los insultos, algo difícil de digerir por el lector en busca de opiniones solventes, y no digamos ya para quien trata de hallar en sus páginas mera información. Y así van avivando el grado de encrespamiento de una sociedad cada vez peor conectada con la realidad porque los instrumentos con que cuenta para ello están dedicados a otros menesteres.
Los juicios de valor, las opiniones sin más base que la subjetividad de quien las emite, se han convertido en la mercancía más abundante dentro de nuestras comunicaciones. Tienen un valor, eso sí: el de permitirnos conocer el estado psicológico de quien los emite. Lo cual es interesante cuando el emisor es objeto de nuestro interés, pero francamente irrelevante cuando no merece la pena.
Es lo que viene ocurriendo con tantos opinantes sobre el nuevo papa como, por poner un solo ejemplo, el bloguero argentino del diario global. Imperdible texto para conocer hasta dónde puede llegar el ardor, el celo, el fervor, en suma, del ateo que siente en peligro su fe en una sociedad mejor libre al fin de cualquier atadura trascendente, como la religión.
Otros hay que novelan la realidad sobre las confidencias de cualquier personaje con algún morbo, que van estirando como si de un viejo folletón se tratara. Dumas en la Francia del XIX o Blasco Ibáñez en la España de los primeros años del XX publicaron novelas por entregas con mayor éxito que el que hoy registran las de otro diario capitalino que viene haciendo la ola a la última cortesana descubierta. En eso están buena parte de los medios de comunicación de una sociedad fustigada por la crisis.
En la calle, la de verdad, los sindicatos echan una mano para que el paro siga creciendo no vaya a ser que a Madrid le toque la olimpiada del 2020 y se abran oportunidades para animar el cotarro como no hay otras a la vista.
Y fuera, prodigios como el del tal Maduro convirtiendo a su jefe eterno Chávez en el Espíritu Santo que iluminó el cónclave para que saliera elegido Francisco. O el de la viuda de Kirchner, sorprendida por el beso del Papa tras preguntarle si le podía tocar, pidiéndole que hable con los británicos sobre las Malvinas.
¿Alguien da más?