Plantearse el debate anual sobre el estado de la Nación como unas fustas medievales, o un concurso de belleza, a nada conduce. Rajoy parece que lo entendió así y se hizo dueño del debate frente a su contrincante mayor. Comenzó marcando el terreno poniendo la realidad en negro sobre blanco: la cifra de parados. Y por ahí enhebró su política, por el empleo; por el crecimiento para crear trabajo, por los instrumentos para hacer posible el crecimiento, por el ajuste fiscal y la credibilidad ante los mercados, por la productividad, los equilibrios básicos y, las novedades: las primeras medidas estimuladoras de la economía, en pro del emprendimiento, los jóvenes, los autónomos, etc.
Si habló de Europa fue en clave de política interna, como el terreno de juego en el que ha librado batallas, dijo, para obtener compensaciones – empleo juvenil, fondos de cohesión, política agraria- a los esfuerzos que la sociedad española sigue acometiendo.
«Toda corrupción es insoportable. Es corrosiva para el espíritu cívico, lesiona la democracia y desacredita a España«. La corrupción y la organización territorial del Estado fueron las dos únicas cuestiones ajenas a la economía que abordó en su discurso inicial. Frente a la primera, medidas legislativas, como extender la Ley de Transparencia a partidos, sindicatos y fundaciones políticas, y someter el tema al consenso más amplio posible. Sobre la segunda, que casi todo puede ser posible desde el respeto a la Ley.
Por el tono empleado, la seguridad con que se desenvolvió en las réplicas y la batería de datos que sustentaban sus afirmaciones Rajoy acotó un debate en el que su opositor no encontró acomodo. Rubalcaba no remontó el vuelo tras comenzar su discurso echando en cara al Presidente el que no hubiera hablado de “los dos temas que más angustian hoy a los ciudadanos: la sanidad y los desahucios”. No el paro y los problemas económicos, tampoco la corrupción y la clase política; no, los desahucios, tema que en el último control del CIS preocupa a un 3,5% de los españoles, índice inferior a cuestiones como la educación, los bancos, los recortes y otros problemas sociales.
En fin, comenzar la faena con la muleta de la demagogia no fue la mejor decisión de las posibles. Y por ahí transcurrió buena parte de su papel, recordando a los españoles que escarban en las basuras para llevarse algo a la boca o pidiendo medidas de apoyo a las empresas que se comprometan a no despedir trabajadores.
La reforma del sistema electoral, achicar las circunscripciones y desbloquear las listas, quedó ensombrecida al atribuirle la finalidad de conseguir una mayor proporcionalidad. ¿Proporcionalidad? ¿Más dificultades para alcanzar mayorías de gobierno? Extraña repulsión a los mecanismos que sustentan las democracias más sólidas.
Tampoco estuvo inspirado al proponer la gran reforma para que la Constitución “reconozca la realidad estatutaria de nuestro país”. Tal cual. Para los socialistas las tensiones provocadas por la deriva independista del gobierno catalán nace de la sentencia del Constitucional que limó las alas del último Estatuto. Es decir, de hacer cumplir la ley. ¿Será eso razón suficiente al parecer para cambiar de ley?
En el fondo fue una jornada esclarecedora. El gobierno Rajoy tendrá que sacar él solito las castañas del fuego porque del jefe de la oposición nada puede esperar. Las ofertas de diálogo son meros eslóganes, como se ha visto en los catorce meses últimos. La buena noticia es que el Presidente está en mejor forma de lo que sus silencios tantas veces sugieren. No es como para tirar cohetes pero, visto lo visto, no hay nada mejor.