Muy malas noticias, las pérdidas de tres pensadores nacionales de nivel superior, excepcional. Las muertes de Caffarena, Polo y Trías son hechos que pesarán más en la historia de nuestro país que la hojarasca revuelta cada día a través de los medios. El legado que dejan, escrito o vívido entre sus amigos y seguidores, palia en parte los efectos de la pérdida. Sólo en parte, porque el paso que han dado más allá de nuestros límites nos impide ya abrir de su mano nuevas aventuras del pensamiento.
Cada uno a su modo, los tres son hombres comprometidos con el dialogo, con el respeto que nace del convencimiento de que desentrañar la verdad, o la realidad, o la vida es demasiado afán para acometerlo en solitario. Que las cuestiones realmente importantes, como los diamantes, tienen demasiadas facetas como para ser transparentes; tantas como puntos de vista con los que contar.
Los tres comenzaron a beber de las mismas fuentes originarias, el tomismo aristotélico, pero cada cual tomó pronto otras aguas. El jesuita Gómez Caffarena pone a conversar a Tomás de Aquino con Kant, crea el Instituto Fe y Secularidad y escribe su última obra sobre “El enigma y el Misterio”. Leonardo Polo, del Opus Dei, un año joven que Caffarena, dejó el derecho por la filosofía, y del de Aquino pasó a Descartes, Kant, Hegel y Nietzsche cuajando sus teorías sobre el conocimiento.
Eugenio Trías, setenta años cortados por un enfisema pulmonar, pasó del mundo aristotélico tomista a Platón primero, para embeberse enseguida en la filosofía alemana, desde Kant, Heidegger o Nietzsche hasta la Escuela de Frankfurt, y en existencialistas como Kierkegaard. Construye parte de su obra contraponiendo la razón a lo irracional, a las sombras de la propia razón. Y hace del límite el rosebud, de su pensamiento. El límite como algo más que el final; más que un paredón, la puerta abierta a otra razón desconocida, la que pudo traspasar en la tarde del domingo 10 de febrero porque el hombre no puede ser sólo un ser creado para morir, que dijo Heidegger.
Trías miró desde las alturas la política y dos bellas artes. Primero la música, asunto de sus dos últimas obras publicadas, y luego el cine. Temió que su capacidad auditiva se fuese deteriorando hasta perder los matices musicales y se volcó en el cine, antigua afición desde sus años universitarios. Y precisamente del cine, sus aventuras y extravíos nos ha dejado su última obra escrita, aún en manos de la editorial.
Hemos perdido demasiado en la última semana.