El llamado caso Pallerols, que ayer catalogábamos como síntoma –fenómeno revelador de una enfermedad, DRAE- crece más bien como todo un síndrome –conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada, DRAE igualmente-. En este caso, la situación es tan determinada como la clase política que ha venido gobernando la Generalitat, y continúa haciéndolo como si fuera una finca. Pueden cambiar algunos nombres, afectar los problemas a unos u otros según se compongan las mayorías de gobierno, pero en casi todas las circunstancias los males son los mismos. Y las respuestas, muy similares.
Los largos años, dos décadas y media, que han gobernado aquella autonomía los de Pujol con el concurso de los de Durán, el nacionalismo hasta ahora posibilista de la burguesía catalana, dan efectivamente tiempo para mucho, bueno y malo. Mientras la bolsa sonaba, sobre todo la estatal, Barcelona se comportaba. Lo que pocos sospechaban es que la bolsa –la bossa– tentara a tantos políticos y gentes de buen aparentar y acabara no dando para tantos.
El socialista Maragall, sucesor de Pujol, denunció el peaje que al parecer habían de satisfacer los constructores, por citar un gremio, para entenderse con el govern de CiU o decenas de ayuntamientos necesitados de obras; o no. Nada pasó; una leve disculpa fue suficiente para eludir el amenazante recurso a los tribunales. Qué no sabría Maragall si en aquellas tramas tenía también comprometidos a sus propios conmilitones, caso de Luigi García Sáez, naturalmente expulsado a última hora del partido de los socialistas catalanes. También los convergentes pusieron a la intemperie a personas muy cercanas a Pujol durante los años centrales, los 90, de su largo mandato. Y ahí siguen algunos, pendientes de que un juez termine de instruir casos de estafa fiscal, incluso reconocidos por sus protagonistas.
Si asuntos como los de Prenafeta o Alavedra no hicieron temblar ningún misterio, el de Millet y su Palau y tantos otros acaben sepultados bajo el polvo de millones de legajos, comisiones rogatorias y hojas de calendario, nada tiene de extraño que habiendo reconocido UDC que se ha financiado ilegalmente, su presidente se llame andana. Ni tampoco caben aspavientos ante el hecho de que el mismo Durán no mantenga su palabra de renunciar a la política. Aseveró que lo haría si acabara demostrándose que se financiaron como ahora han reconocido para evitar penas de prisión a gentes que saben demasiado. Fue hace doce años.
Quizá ya soñara entonces con que el mito soberanista acabaría haciéndoles libres, libres de cumplir la palabra comprometida, libres de pagar deudas, libres en fin de toda lealtad salvo a sí mismos.