La querella catalana ahora está en encontrar una fórmula más fácil de tragar. Dicho de otra forma, en celebrar la consulta sobe la independencia sorteando la ley. Y eso para Mas se resuelve diciendo que teniendo un gran valor no tendrá efectos políticos. Y se quedó tan ancho.
La habilidad propia de políticos catalanes de otros momentos, Cambó, Tarradellas, Roca, se ha trocado en un mundo de torpezas. El arte de la política tiene algunas similitudes con la tauromaquia, comenzando por el valor y terminando por la satisfacción del respetable que paga el cartel. Y entre medias, otro elemento, la habilidad para manejar el engaño. Sí, como suena: el engaño. Ninguno de tales factores asoma en el escenario catalán.
De haber tenido valor, el gobierno de Mas no habría optado por la vía de escape de las elecciones a mitad de mandato y en plena recesión. Fueran cuales fuesen los obstáculos que tenía por delante salvo, claro está, que desconozcamos el alcance más previsible de otras situaciones, imputaciones a los Pujol, financiación ilegal de los partidos de la coalición y demás vergüenzas que, cierta y lamentablemente, no cursan allá en exclusividad.
En cuanto a la satisfacción del respetable poco hay que añadir tras el fiasco que el equipo de gobierno se llevó en las urnas. Perder doce escaños en unas elecciones con medio millón más de votantes es un record sólo superado por la UCD en octubre de 1982. Pero Mas hizo oídos sordos y en lugar de escuchar los pitos volvió al ruedo sorteando las almohadillas con que el público mostraba su “vaya usted a paseo”.
Y de habilidad con el engaño, escasa. ¿Acaso pensará el caballero que cualquiera que sea la consulta sobre la materia pueda no tener efectos políticos? No; está claro que no piensa tal memez, pues en tal caso no convocaría nada, y el tiempo que pierde batallando contra molinos de viento podría emplearlo en cuestiones de mayor provecho.
Textualmente, el flamante presidente dijo en su radio: «no es lo mismo hacer un referendo autorizado por el Estado y con vinculación jurídica sobre la decisión, que hacer una consulta organizada por las instituciones catalanas sin vinculación jurídica; pero seguirá teniendo un gran valor«.
Tendrá un gran valor, pero no efectos políticos… Eso no es lidiar el problema que podrían llegar a plantearle en el seno de su propia coalición, ni el que ya ha sentido en algún empresario; la maniobra no pasa de ser un ridículo salto de la rana, y cuando los morlacos no tienen la lidia precisa acaban haciendo imposible la faena. Él lo ha experimentado ya cuando en las últimas elecciones un tercio de su cuadrilla se pasó a los independentistas y republicanos de mejor pedigrí.
Claro que, suponiendo capacidades hasta hora ignotas, tal vez Mas esté advirtiendo que cada vez es más fácilmente descriptible el entusiasmo por el Estado propio, en cuyo caso vendría al pelo que la consulta no tuviera otros efectos que el de una sardana en el atardecer de una plaza catalana. Porque si haciéndolo entre ellos, con los medios de comunicación siempre dóciles, las corporaciones sacando enfermos de los hospitales y monjas de sus clausuras, alquilando autobuses y trenes y demás argucias, de la consulta sale un corte de mangas, mejor devaluar su dimensión.
Aunque en tal caso, vaya si tendría efectos políticos. Colaterales, ciertamente; Mas saldría empitonado y sólo en el olvido encontraría consuelo. Eso sí, dejaría el principado imposible para los demás.