El español que quizá mejor conoce los entresijos de la UE venía a decir hace un par de días que Europa necesita poesía, una ilusión movilizadora para consolidar el proyecto de la Unión. En este mundo globalizado el proyecto radica en ser una de las tres o cuatro voces determinantes de la arena mundial; es decir, estar a la altura de los Estados Unidos y China. Y tengo para mí que en este panorama podrían jugar papeles relevantes otros como India, México, Brasil, y quizá Rusia.
En los últimos años la UE ha dado pasos decisivos para llegar a ese nivel; ahí están la reciente consolidación del euro en los mercados, el papel inspector encomendado al Banco Central Europeo, o el carácter compulsorio de lo que hasta ahora eran meras recomendaciones de la Comisión.
Europa marcha pues; pero en un escenario marcado por las políticas de ajustes vigentes en los países que antes no las acometieron, el sueño europeo puede acabar en pesadilla. Faltan elementos movilizadores, atractivos para poder seguir progresando en su consolidación como potencia mundial. ¿Ajustes para qué, en aras de qué deidad se sacrifican tantas cosas, para que ese “más Europa” en que tantos cifran la solución de los males actuales?
La respuesta a esa cuestión está exigiendo una explicación, un relato en tono mayor capaz de ilusionar a quinientos millones de europeos que carecen de la conciencia de serlo; quinientos millones de ciudadanos de una treintena de países, cada uno con su pasado por superar y un futuro por resolver.
Algo similar cabe pedir para que nuestra sociedad, las española, se conciencie de una vez de que sólo podrá salir del túnel marchando todos al compás. En Europa el argumento podría ir por la línea de “Unidos para ser fuertes”, o “Fuertes para hacernos oír”, etc. ¿Por qué no en España? No será porque entre los populares y socialistas españoles haya más distancia que entre la derecha griega y la izquierda francesa, o que las diferencias entre Castilla, Andalucía o Cataluña sean mayores que las que puedan existir entre valones y piamonteses, o los metalúrgicos alemanes y los campesinos sicilianos.
Un discurso del que colgar ilusiones colectivas, una historia proyectada hacia el futuro eso es lo que está reclamando este tiempo de crisis. Sin ella nuestro país, de huelga en huelga, se verá reducido a una pobre versión del puerto de arrebatacapas, que al decir de la RAE es en su acepción coloquial “el lugar donde, por la confusión y el desorden y la calidad de las personas, hay riesgo de fraudes o rapiñas”. Triste destino ¿no?
Hasta aquí este pequeño homenaje al padre de «Cartas Persas«: Europa como pretexto para terminar hablando de España.