La llegada al poder del presidente Peña Nieto ha resultado digna de admiración. El compromiso ayer firmado por los tres partidos, Pacto por México, es una muestra clara de hasta dónde pueden acordar una ruta común formaciones sometidas hasta ayer mismo a tensiones sin cuento cuando la necesidad lo reclama.
La vuelta a la residencia de Los Pinos de un presidente del Partido Revolucionario Institucional ha cursado con la misma normalidad con que hace una década el PRI cedió paso a un presidente del PAN, el Partido de Acción Nacional. El PRD, tercera formación parlamentaria, se ha venido consolando con la gobernación del Distrito Federal desde hace doce años. El hecho de que López Obrador, su candidato en los dos últimos comicios presidenciales, impugnara las elecciones, no reconociera al Presidente electo y demás sandungadas, no ha impedido el Pacto.
A las habituales tensiones que crean las infinitas corrientes del Partido de la Revolución Democrática a las otras dos formaciones, se unía el recelo de todos hacia el PRI, conductor durante siete decenios de aquella dictadura perfecta, como Vargas Llosa calificó en los años 90 el sistema mexicano. Pero no es menos cierto que las tres surgen del mismo tronco comun, el histórico Partido Nacional Revolucionario. De él salió por el centro en el año 38 del pasado siglo el PAN, de corte social cristiano; años despues el PNR adopto su actual denominación, PRI, del que en el 89 se desgajó por su izquierda lo que hoy representa el Partido de la Revolución Democrática. Cuñas de la misma madera.
Con eso y con todo, los políticos mexicanos han respondido a las circunstancias. Como dicen en el documento, «Hoy, ninguna fuerza política puede, por sí sola, imponer su propia visión ni un programa único. Las reformas que el país necesita no pueden salir adelante sin un acuerdo ampliamente mayoritario.»
Y despues de poner énfasis en que la influencia de poderes fácticos reta la vida institucional del país y se constituye en un obstáculo para el cumplimiento de las funciones del Estado, los tres partidos justifican así su decisión: «Nuestro largo proceso de transición democrática debe culminar. Las diferencias políticas y la legítima aspiración de acceder al ejercicio del poder mediante el voto, no deben impedir que las diversas fuerzas políticas logren acuerdos que coloquen los intereses de las personas por encima de cualquier interés partidario. Necesitamos concentrar nuestras acciones en culminar la transición democrática y orientarla hacia las metas de bienestar social, libertad personal y seguridad a las que siempre hemos aspirado. El país requiere un pacto integral, profundo, de largo alcance que consolide a México como una democracia política y socialmente eficaz.»
La iniciativa con que Peña Nieto comienza su período presidencial algo debe a los Pactos de la Moncloa con que aquí, en España, comenzó el presidente Suárez su gobierno hace ahora cincuenta y siete años. La experiencia, abrir un país a la libertad democrática, demostró la virtualidad de la moraleja con que Esopo concluyó hace muchos siglos aquella fábula del león y los cuatro bueyes: la unión hace la fuerza, y la discordia debilita.