Quién sabe, quizá con su metedura de pata Mas haya rendido un gran servicio al país. Tanto tensó la cuerda independentista que han comenzado a deshilacharse los lazos que mantenían en pie la coalición CiU. De momento no se han observado quiebras en el terreno de los comunes intereses, pero la omertá vigente podría reblandecerse con el afloramiento de nuevas corrupciones.
Hasta ahora el núcleo de los escándalos se ha circunscrito a Convergencia, el partido fundado por Pujol, pero no sería extraño que comenzara a salpicar a los democristianos de Unió, el partido que viene administrando Durán. Los momentos de debilidad son propensos a las rupturas de silencios y compromisos, y más aún cuando está en ciernes la definición del futuro, un gobierno que podría acabar con la coalición. Bastaría que Mas se enredara más de la cuenta con Esquerra para que pudiera abrirse un escenario nuevo.
Ideológicamente -¿seguirán las ideologías contando para algo?- Durán ha mostrado alguna reticencia, dejando ver que no le es grata la cohabitación con los de la izquierda republicana. Nada demasiado nuevo, vista la distancia que ha venido marcando con los diputados de ERC. Claro no lo hizo en Barcelona sino en Madrid, como corresponde al doble lenguaje tan del gusto de quien vota por el referéndum soberanista y no tiene reparos en seguir presidiendo en el Congreso –y cobrando el plus correspondiente- la comisión de Política Exterior del Reino de España.
La desafección de los de Unió, difícil porque en muchos casos están donde están gracias a los convergentes, produciría un serio destrozo en el suelo social de esa especie de Cosa Nostra que ha gobernado la Generalitat y buena parte de las comarcas catalanas durante nuchos años, demasiados como para no haber caído en las redes de las comisiones y demás abusos sociales.
Esa crisis política podría impulsar la refundación del catalanismo moderado, capaz tanto de enfrentarse a los radicales izquierdistas que le han ganado parcelas de poder en un terreno que creían cultivar en exclusiva, como de llegar a fórmulas de entendimiento con sus pares ideológicos no nacionalistas; como los que vienen gobernando el Estado de la Nación.
Cambiar los ejes del debate para centrarlo en las alternativas políticas frente a los problemas reales de los ciudadanos sería poco menos que un milagro. Quizá el batacazo no haya sido lo suficientemente rotundo y aún tenga algún recorrido la quimera secesionista. No debería ser así entre la burguesía catalana: el mundo actual no es el de la segunda mitad del siglo XIX. El romanticismo que dio alas a los nacionalismos de media Europa ha sido aplastado por la globalización. Ya no se usan aranceles para proteger ineficiencias, la racionalidad devora los mitos y las sociedades occidentales recurren a la unión para hacerse fuertes, prósperas, libres.