La Cumbre Iberoamericana que el pasado fin de semana se celebró en Cádiz fue, a mi modo de ver, todo un homenaje a aquella tercera España que allí mismo dio a la luz nuestra primera Constitución. Tardaron tres años en gestarla, tantos como veces fue luego promulgada, en 1812, 1820 y 1836. Hoy nada es igual que hace dos siglos. Entonces se reunían españoles de un lado y otro del Atlántico, porque tan españoles eran el asturiano Argüelles o el catalán Dou y de Bassols como Ramos Arizpe, Fernández de Leiva o Morales, llegados México, Chile y el Perú actuales. Y así comenzaron la Constitución liberal: “La Nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios”, jurada a uno y otro lado del Océano.
Parte de aquellos parlamentarios llegados de ultramar se convirtieron en la década siguiente en promotores de nuevas constituciones nacionales tras la estela abierta en Cádiz. Aquella nación grande que quería vivir libre y se expresó políticamente con la Pepa mientras las guerrillas lo hacían con las armas, se fracturó en la veintena de países que hoy forman la comunidad hispánica, la América Latina.
Primero con Juntas, al estilo de las que promovieron la defensa de la España peninsular frente al ocupador francés, y más tarde con las rupturas provocadas por el insensato proceder de la corte restaurada, en la que los períodos liberales, dos, tres años, eran meros oasis en el secarral del integrismo absolutista.
Doscientos años después las piezas parecían volver a encajar, y por encima de discrepancias brillaban afanes comunes. Al otro lado del Atlántico hoy está la democracia consolidada, los diferendos se resuelven en arbitrajes o encuentros intergubernamentales, las economías discurren por vías de normalidad y caen los índices de pobreza lenta pero inexorablemente. Parece superado el tiempo de espadones y caudillos, más allá de la extraña institucionalidad de algunos países, y del anacronismo castrista que mantiene secuestrada a la sociedad cubana. En el fondo son excepciones, ausentes de la Cumbre, que confirman la buena tónica que caracteriza al conjunto.
Es en esta margen oriental de la comunidad iberoamericana donde varias cuestiones esenciales han entrado en crisis. El débil pulso económico está erosionando el estado de bienestar al que comienzan a acceder los de la otra orilla. Movimientos ciudadanos sin otra articulación que la rabia y el desespero ponen en cuestión el sistema parlamentario, la democracia. Y en el caso español, el espectro del nacionalismo es agitado por demagogos ahogados en su propia impotencia. Son los ciclos de la historia que depuran torpezas y errores a golpe de esfuerzo y penalidades.
Por vez primera en muchas décadas, la madre patria reclamó asistencia. Y los hijos mayores se la prometieron. Como corresponde a quienes dejaron escrito en nuestra primera Constitución que “El amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles y, asimismo, el ser justos y benéficos”.