Ayer se leyó en el Congreso una carta del ponente constitucional Miguel Roca. La remitía, excusando su ausencia, a los asistentes a un homenaje a los llamados padres de la Constitución. El otrora portavoz de CiU, la coalición nacionalista que hoy preside Mas, escribía refiriéndose a la Ley fundamental: “Los textos pasan, las letras pueden quedar sin contenido real; es su espíritu la que las mantiene vigentes por encima del paso del tiempo. Y el espíritu de la transición, el del valor del acuerdo, el de la voluntad integradora, la del reconocimiento del pluralismo y de la diversidad como garantía de estabilidad y de progreso, siguen siendo hoy valores absolutamente imprescindibles”.
Y la lealtad. Le faltó enumerar como valor básico de la convivencia nacional –que eso es lo que la Constitución trata de establecer-, el de la lealtad. Sin ella, y pasados los efluvios del cava con que brindamos la botadura de aquella nave, algo que parecía un milagro hace treinta y pico años, se termina varados en la bocana del puerto de arrebatacapas, que es donde parece que hemos llegado.
El consenso es un valor civilizatorio, qué duda cabe, como lo es también la dialéctica del disenso; y la voluntad integradora es tan importante como el reconocimiento de la realidad, sobre todo cuando se parte de ella, de la pura realidad. Y tan real es la diversidad –de intereses, ideologías, etc.- en una sociedad de cuarenta y tantos millones de personas libres como plurales son sus circunstancias y ambiciones. Todo ello estuvo sobre el tapete de aquellas mesas de juego político, como en cuenta lo tuvo el pueblo español al refrendar su resultado y dejar sentado que en él reside la soberanía nacional y que sólo de él emanan los poderes del Estado; del pueblo español.
¿Y la lealtad? Si la hubo algún día ¿cuánto ha durado la lealtad a los valores apuntados, la lealtad mutua entre quienes tejieron la Ley de leyes, la lealtad de los responsables políticos al compromiso jurado de defender y hacer guardar la Ley?
Nadie puede escudarse en no haber estado concernido en aquella pacífica revolución que alumbró la Constitución. Desde el extremo de la izquierda al de la derecha; centralistas, nacionalistas y separatistas; socialistas y liberales, democristianos y librepensadores; todos participaron de una u otra forma en ella. Pero se ve que alguna razón asistía a Napoleón cuando sentenció que en las revoluciones hay dos clases de personas, las que las hacen y las que se aprovechan de ellas.
Los caminos de la lealtad siempre son rectos, por ello las lecturas torcidas, restricciones mentales y el doble lenguaje con que nos vienen distrayendo unos pequeños caudillos sólo prueba de que la lealtad no va con ellos.