Leo que un juez español ha hecho una apuesta por la democracia participativa en detrimento de la representativa y me pongo a temblar; algo así como cuando el eterno Chávez habla de democracia bolivariana, o su amigo Ahmadineyad explica que en Irán tienen la democracia ética porque no se apoya en los homosexuales para ganar votos (sic). Y es que la democracia es como la madre; sólo hay una, aunque en ocasiones regalemos tal honor a instituciones como la Universidad, la Iglesia o la misma Patria.
En todo caso a los españoles no nos viene mal revisar los derroteros que está tomando la vida pública, traumatizada por una crisis económica que ha hecho metástasis sobre el conjunto del cuerpo social. Las sacudidas están afectando a los cimientos del sistema democrático, el pueblo español, y los presuntos pilares de fábrica, partidos, sindicatos y demás organizaciones representativas, no cumplen su papel canalizador. Cobran vida así movimientos de esa llamada democracia directa –democracia real ya, el 15-M, etc.- sin que tengamos claro el diagnóstico de la situación. ¿Habrán sido desbordados los cauces de participación previstos o simplemente es que han perdido el oremus?
Voto por la segunda hipótesis. Las organizaciones de los instrumentos citados se han esclerotizado víctimas, entre otras causas, de una excesiva protección estatal. Ésta, que en la instauración de la democracia fue necesaria para consolidar los instrumentos de participación que la dictadura había cercenado en aras de otro tipo de democracia, la orgánica, sigue hoy tan campante, treinta años después. Lo que eran ayudas al crecimiento se convirtieron pronto en beneficios consolidados, como los que se tienen como propios del estado de bienestar.
Malo cuando la mayoría de la dirigencia de partidos procede de las filas de sus respectivas juventudes y pueden contarse con los dedos de las manos otras incorporaciones relevantes. Como mala es la resistencia a abrir las listas electorales, por ejemplo, o la incapacidad para concordar posiciones cuando está en cuestión lo realmente importante, y no si son galgos o podencos.
La democracia es como un buen vaso de cristal, frágil y transparente. Tratado con responsabilidad y preservando su limpieza puede pasar de mano en mano y servir a todos durante muchos años. La democracia, así, a secas, sin aditamentos, como la rosa del poema más corto de la lengua castellana que dejó Juan Ramón:
“¡No le toques ya más,
que así es la rosa!”