Ayer tuvieron sitio en Madrid dos pronunciamientos radicalmente distintos. Uno a cargo del secretario general de la federación de partidos socialistas. Trató de explicar ante la prensa la razón de la debacle sufrida en las dos elecciones recientes. “Los gallegos no han percibido que hubiera un Gobierno alternativo posible”, dijo sobre las que perdió 200.000 votos. Obvio. Podría haber sugerida alguna causa de esa incomprensión popular, como que el candidato era malo, no teníamos programa, la herencia de Zapatero aún pesa demasiado, etc. Pero no; se quedó en la perogrullada. En cuanto al caso vasco, donde han perdido el gobierno y 100.000 votos, se escudó en que la irrupción de Bildu ha impedido que la “magnífica gestión” del lendakari López sea reconocida. Se ve que el que no quiere ver, no ve.
Y resulta extraño porque por encima de otras consideraciones a Rubalcaba se le supone la cabeza suficiente como para entender el estado de la situación. Sin embargo sus pasos están marcando un camino que va hacia la nada. Más nacionalistas que los nacionalistas, más radicales que los indignados y así, cuando llaman a las urnas los ciudadanos votan a los nacionalistas y radicales de verdad. Valiente servicio están haciendo al país las federaciones del antiguo partido socialista obrero español.
El último ejemplo de estas sinrazones lo acaba de brindar esa diputada en el parlamento europeo por el PCS que firmó la carta pidiendo a la UE que impida una posible intervención militar en Cataluña. Sigue siendo diputada, obviamente.
El otro camino es el que anduvieron anoche Aznar y Vargas Llosa. La fundación que preside el expresidente del Gobierno español concedía el premio FAES a la Libertad al Nobel hispano-peruano. Hablaron de la libertad y del nacionalismo. “El gran enemigo de la libertad de nuestro tiempo es el nacionalismo. Una vieja ideología que periódicamente renace sobre todo aprovechando los momentos de crisis, que atrae a los nostálgicos del fascismo y comunismo”, dijo Mario Vargas Llosa después de advertir que la libertad “puede desaparecer no sólo por acciones de sus enemigos externos, sino por la descomposición interna y por la desaparición de la decisión enérgica de defenderla. El gran desafío que enfrenta la España libre y democrática es el nacionalismo”.
Para Aznar, el baluarte principal es la Constitución que fue nuestra puerta de entrada en la UE, dijo, para añadir que “romper con la Constitución es, para quien lo haga, la puerta de salida de Europa”. Y añadió algo sobre la deriva tomada por los partidos nacionalistas burgueses: “Lo mínimo que se podía esperar a cambio del pacto histórico era lealtad al consenso. Pero hemos obtenido deslealtad con la democracia y con la ley”. Para sentenciar: “Asumir las exigencias recíprocas del consenso y de la convivencia, sí; asumir el precio de la deslealtad, no. La deslealtad debe pagarla quien es desleal”.
¿Podrán ambos caminos llegar a discurrir en paralelo? Convendría que alguien se pusiera realmente a ello.