¿Se debe dedicar una calle de una ciudad, Madrid por ejemplo, a la memoria de quien no concita la adhesión de una inmensa mayoría de sus concejales, por no hablar de unanimidad? Pues eso pasó ayer en la capital; con el voto de un cuarenta por ciento de la corporación, el histórico líder comunista pasará a figurar en el nomenclátor de la ciudad. La propuesta encabezada por el partido socialista, de cuyas juventudes salió y al que regresó para terminar sus días, es una muestra más del gusto de los socialistas por las maniobras loco Iván con que vienen mareando al personal.
Algo parecido ocurre con el lío que tiene montado su dirigencia ante el desafío catalán. Mientras el PSOE llega a ceder hasta eso del federalismo asimétrico, como si no lo fueran todos, los del PSC pedirán el voto en Cataluña nada menos que para modificar la Constitución hasta poder hacer que los catalanes decidan su futuro. Y callarán ante las trampas de los gerentes de la Generalitat, desde la compra de medios informativos hasta la apropiación de las campañas institucionales, a la espera de que así quizá algo les caiga.
¿Cuántas derrotas más necesitarán para comprender que soplando a favor de las velas de comunistas o nacionalistas lo que consiguen es desnaturalizarse y desviar sus votos en una y otra dirección?
Desvaríos de esta naturaleza poco importarían a quienes no se sienten representados por esas siglas ni partícipes de sus políticas si no fuera porque sin un partido nacional capaz de conducir por la banda izquierda el sistema renquea y podría acabar despeñado.
Ahí sí que convendría un rescate. Urgente.