Napoleón, que tenía sentencias para todo, dijo aquello de que la victoria tiene cien padres pero la derrota es huérfana; hoy tiende a pensarse que las elecciones, más que ganarse, se pierden. Hasta ahora los cuadros partidarios se esforzaban la noche electoral en transmutar las derrotas en victorias. La del último domingo ya no fue así, pero ¿dónde están los culpables?
Los posos de la derrota son amargos, como de café turco. Las urgencias con que se escudriñan no aportan soluciones; sólo frases tópicas como el hemos oído la voz del pueblo, es hora de reflexión y demás obviedades. En alguna ocasión llegó a producirse la dimisión de un responsable, fenómeno tan atípico como nevada en agosto. Los aparatos de propaganda, eso han acabado siendo los partidos, se muestran incapaces de asumir un análisis que vaya más allá de los errores de campaña, de la maldita abstención o de nuevos polos de atracción del voto popular, como los batasunos en las vascongadas o el partido del veterano Beiras en Galicia.
Algún día, ojala no sea demasiado tarde, los análisis se extenderán a cuestiones más relevantes que la mera estética de una campaña o la fotogenia del candidato. Por ejemplo, las razones que han provocado la caída de quien venía gobernando, o por qué otros, por el contrario, pueden superar los efectos del desgaste de la misma función de gobernar una crisis. Son los casos de socialistas vascos y de populares gallegos, respectivamente.
Por no hablar de la incapacidad de los socialistas gallegos para capitalizar el descontento y desalojar a Núñez Feijoo, o del coste que los populares vascos han pagado por sus tres años de apoyo al gobierno de López. Los primeros, víctimas de la inconsistencia de tanta demagogia; los segundos, de otra inconsistencia: la del lendakari socialista empeñado en ocupar espacios nacionalistas. El voto útil de la burguesía vascongada que podría haber apoyado a Basagoiti corrió en auxilio de un PNV acosado por los bilduetarras.
Resulta obvio que cuando nacionalistas y separatistas radicales ocupan el 60% de los escaños de la cámara de Vitoria, 660.000 votos que casi doblan los 360.000 del resto, algo importante ha comenzado a tomar cuerpo. La realidad política ya no volverá a ser la misma, y el fenómeno será confirmado dentro de un mes en Cataluña.
Es tarde para tratar de volver al esquema hasta ahora vivido. Habrá que reescribir la política con mayúsculas y arrojar por la borda la mediocridad instalada en los últimos años por tantos aprendices de brujo. Esa es la gran tarea que debería convocar hoy a todas las organizaciones sociales, comenzando por los partidos.
Los primeros síntomas no son alentadores. El equipo Rubalcaba parece enrocarse en las ruinas. Razón aportada: sólo llevan ocho meses dirigiéndolo; como si acabar de llegar de la luna sin haber pasado ochos años en el equipo de bomberos pirómanos que comandaba Zapatero. Los de Rajoy bastante tienen por ahora con llevar la nave a calafatear en el astillero europeo del Rescate. Y a los nacionalistas con responsabilidades de gobierno correspondería fundamentalmente eso: ser responsables mientras dure el arreglo. Lo de Sansón derribando el templo filisteo acabó como acabó.