Mi admirado Martín Ferrand, y sobre todo amigo Manolo, acostumbra en su Ad libitum del ABC a poner las peras al cuarto a la tropa que maneja las cosas públicas, cosa saludable en tiempos de carencias como los que corren. Su análisis de lo que podría pasar en la Cataluña agitada por Mas si los populares hicieran lo que deberían hacer es tan lúcido como quizá impracticable, vistos los antecedentes de la formación que allí parece liderar la Sra. Camacho.
Pero hoy dejó escrito algo que su viejo maestro Baura no le habría pasado por alto. Me refiero a su reflexión sobre la representación popular y los cambios ocurridos en la alcaldía y comunidad madrileñas: “Ni el presidente de la Autonomía ni la alcaldesa de la capital… ocupan sus sillones por la elección de sus ciudadanos”.
Matiza a continuación que ambos iban en las listas electorales en segundo lugar, pero duda –y con razón- de que tratándose de listas cerradas, lo de figurar tras el cabeza de la formación tenga especial relevancia. De acuerdo, ser el número dos de una candidatura tiene un cierto valor indiciario, y poco más. Como también coincido en su opinión sobre las listas bloqueadas. Pero no es esta la cuestión.
El hecho es que la señora Botella, como el señor González, han sido elegidos por los ciudadanos con la misma formalidad que sus precedentes, el señor Gallardón y la señora Aguirre: en sendas elecciones entre los miembros de las respectivas corporaciones. Es decir, en la elección de segundo grado que caracteriza a los sistemas parlamentarios. El nuestro no es un sistema presidencialista; desde los alcaldes hasta el presidente del Gobierno, todos son elegidos por los representantes salidos de las urnas.
Eso sí, como dice mi amigo Joaquín Leguina, hay que leerse las listas. En ocasiones se ha dicho que tal partido hubiera ganado las elecciones hasta con un mono de candidato; lo del caballo de Calígula en versión actual. Y es que las cabeceras de cartel son cosa del marketing, y si no, que alguien explique cómo llegó Zapatero a La Moncloa.