Si hace nueve meses el país hubiera caído en manos de este buen señor, sencillamente no habría país. No habría país, o este mismo Rubalcaba estaría haciendo lo que anoche criticaba a Rajoy y su gobierno.
La hora de demagogia pudo cautivar a incondicionales y manifestantes sindicaleros, pero el común aún debe de estar dudando de si no sería un sosias del socialista quien respondía a los periodistas citados por TVE.
Oír que exprimiendo a los ricos no hubiera hecho falta subir el IVA, por ejemplo, es buena muestra de lo que el cántabro podría haber aportado. O vender como alternativa ideológica la ocurrencia de su presidente “Pepe” Griñán de subastar medicamentos para no imponer el copago médico en Andalucía. O darle a los que heredan, como si los que testan no hubieran pagado impuestos durante toda una vida por los ingresos que ahorraron y el patrimonio que fueron acumulando; como si el ahorro fuera pecado; como si del ahorro no saliera la inversión; como si la inversión no fuera el antídoto del desempleo.
Y si nos metemos en profundidades, Cataluña, para qué hablar. De tú a tú; Cataluña y España, dos gobiernos, dos presidentes, todo de tú a tú. El federalismo no le asusta, porque su partido se llama federal –y así se deshilacha la Constitución, por cierto-. Para él lo federal no pasa de ser una forma de organizar las relaciones entre comunidades. Pura forma; un senado donde debatir las infraestructuras y algunos detalles más; ¿para qué perder tiempo en cuestiones más profundas? El país se trocea como un puzzle y el titular de la soberanía nacional, el pueblo español, deja de existir.
Eso sí, le daría a Mas con el pacto fiscal en las narices, pero, eso también, no dejaría de pactar con él para “suturar” el problema. Y como el pueblo español dejaría de ser el titular de la soberanía nacional, los catalanes podrían decidir su independencia del resto que viene pagando sus privilegios desde hace más de siglo y medio por obra y gracia de los aranceles de Figuerola, Cánovas, Amós Salvador y Cambó, por ejemplo.
En fin, una pena. Pobre alternativa la de Rubalcaba.