Cuarenta años les costó a las familias israelitas llegar a la tierra prometida. Durante la travesía del desierto no sabían precisamente dónde iban; en algo se parecía aquel éxodo a lo de nuestra crisis actual.
Que el túnel tenía salida era cuestión de fe porque nadie fue capaz de decir cómo llegar al otro lado del Jordán. Hoy tampoco. Ni hay un Moisés como aquél, entre otras cosas porque ya no se dan. Ni aquí ni en Berlín, ni en Washington. El carisma es mercancía escasa, como los milagros.
O como la lealtad. Ahí está el reciente rifirrafe en el seno del partido en el Gobierno. Un episodio banal -porque frente a los esfuerzos por salir del hoyo resulta fútil conceder el tercer grado a un terrorista enfermo- ha hecho patente lo corta que resulta la constancia, la paciencia, la lealtad, entre las huestes conservadoras.
En la reunión de jerifaltes no se pusieron en cuestión los asuntos que más preocupan al común, como los derivados de la lucha contra el déficit o el descrédito que este país se ganó durante los alegres años del socialismo de género y diseño; no. Ni tampoco la falta del pulso reformista que reclama la situación. Ni menos aún algo tan perentorio como una explicación razonada de a dónde queremos llegar, qué tipo de país vislumbran quienes están al timón. De todo eso, nada.
El debate parece que se centró en… lo que más importa a los congéneres del terrorista y lo que menos interesa al partido conservador en vísperas de las elecciones vascas.
Parece como si la derecha nacional fuera incapaz de liberarse de ese estigma que erosiona su capacidad política, cuando no la hiere de muerte, cada vez que toca poder. Aduce en su descargo que frente a las masas del mundo de las izquierdas ella se nutre de personalidades, y que los notables son muy suyos. Tanto lo son algunos, que pueden acabar arruinando cualquier proyecto colectivo. Ya ha ocurrido otras veces.
Las carencias de los gobernantes son de hondo calado pero, ante las dificultades, lo menos que cabe esperar de sus dirigentes es que la colaboración y solidaridad prevalezcan sobre la autosuficiencia y el cainismo, esa acerba mezcla de envidia y resentimiento que tanto abunda en nuestras tierras. ¿Llegará el día en que dejen de autolimitarse a servir de breve paréntesis entre gobiernos de izquierdas?