Pegunté hace años a José Luis Ocejo qué hacía un Trinitario al frente del Festival Internacional de Santander. Su respuesta fue rápida: la Orden Trinitaria nació para suministrar esperanza y liberar cautivos, ¿hay demasiadas diferencias entre estar cautivo de la piratería, como en la edad media, o no tener acceso a la cultura hoy, ser víctima de la ignorancia?
José Luis Ocejo había llegado en el verano de 1979 a la dirección de nuestro Festival Internacional después de crear cuatro años antes la Coral Salvé, otra obra de envergadura, que trascendió de la música pejina y popular para adentrarse en la polifonía clásica con la que ha dado la vuelta al mundo.
Tres años después la Comunidad de Madrid que entonces presidía Joaquín Leguina le encargó poner en marcha otra muestra cultural, el Festival de Otoño de la capital que dirigió durante sus primeras cuatro ediciones.
Una personalidad de ese porte no pasa a diario por delante de nuestra puerta. Ha vivido en primera persona el tránsito de las noches de la Plaza Porticada al Palacio de Festivales de Sanz de Oiza; del concierto de Rostropovich que cerró la historia de aquella, al Otelo de Plácido Domingo que abrió la nueva era.
Cuando fue elegido director por el patronato del Festival, Ocejo expuso la filosofía con que cumpliría su papel: internacionalidad, amplitud de su programación para abarcar todas las manifestaciones del arte sonoro, insertarla en el contexto actual y extender las actividades por los marcos históricos de la región. Con esas armas afrontó su misión, esa peculiar redención a través de la cultura que ha animado sus pasos.
Como en toda empresa, las treinta y cuatro ediciones que ha dirigido, desde 1980 hasta el actual 2012 ambos años incluidos, han cabalgado sobre tiempos de bonanza y de penuria; de ajustes y de alegrías. Las aportaciones públicas apenas crecieron, incluso lo hicieron por debajo de la evolución del índice de los precios. En este escenario Ocejo se las ingenió para convocar a diversas instituciones privadas sin cuyas aportaciones el FIS habría languidecido hasta desaparecer. Porque la programación del Festival, como la de cualquier empresa cultural es una función de los recursos disponibles, y la taquilla nunca paga el valor de la oferta.
Nuestra tierra, sus gentes e instituciones, líderes sociales y autoridades, tienen pendiente mostrar su reconocimiento a este emprendedor singular. Él ha hecho mucho por los demás sin pedir nada a cambio. Como fray Juan Gil, otro Trinitario, el que liberó a Miguel de Cervantes de su cautiverio en Argel e hizo posible el Quijote. Hace mucho ya de aquello, más de cuatro siglos, septiembre de 1580, pero hay cosas que permanecen por mucho que cambien los tiempos.
Gracias, José Luis.