La adversidad es la prueba del nueve que debe superar todo responsable social, curse su papel en la política, en la empresa o en un cuerpo de bomberos. Dar la talla no está al alcance de todos, y no todas las dificultades son del mismo orden. Las que estamos enfrentando son de las que forjan los cimientos de un nuevo modo de vida, tal vez una revisión de principios de los que marcan a una generación. Pero por el momento no hay demasiadas evidencias de que quienes nos representan estén a la altura de las circunstancias. Unos parece que aún no se han hecho con el manejo de la nave y esperan a lograrlo para explicarnos a los embarcados el rumbo dispuesto; otros dedican su imaginación y esfuerzos a sabotear cuantas maniobras ordena el comandante.
Las recientes actuaciones de los caudillitos autonómicos de Cataluña y Andalucía atentan contra la gobernanza de la nave. Seguidos por el vasco enfrascado en reclamaciones al TC, y a cierta distancia por el ridículo “nacionalismo” canario y el flamante titular del Principado, componen una gama de golpes al Estado que es lo que le faltaba a nuestra Nación para volver a quedarse en los huesos.
No es privativo del país; la UE está aquejada de males similares. Cuando los horizontes europeos se reducen a los intereses electorales que visualiza Merkel, por ejemplo, se está arruinando el proyecto comunitario. Y cuando no se cumplen los acuerdos adoptados una semana antes, o el presidente del BCE dedica su tiempo a excitar a los mercados ora en un sentido ora en el contrario, está atentando contra el patrimonio de pueblos que le han confiado su gestión.
En este escenario los partidos en presencia están disputándose no se sabe qué más allá del penoso quítate tú, que me pongo yo. O tal vez, como en Italia, que otros lleguen desde Bruselas para hacerse con el gobernalle. Visto el talante, y el poco talento, de sus congéneres, la capacidad de los responsables del gobierno de la nave no tienen otra que embridar a los caudillitos rebeldes. No necesitan más que explicarse con la Constitución en la mano. El reconocimiento que con ello iban a merecer allá fuera, desde el FMI al BCE, la Comisión y hasta The Economist, sería importante; aquí dentro más que importante, es esencial.