Al fin los populares caen en cuenta de que el parlamento está para eso, parlar, hablar quienes tengan algo que decir para luego actuar los demás en consecuencia. Ha sido preciso que un juez se metiera de por medio y que el expresidente de Bankia reiterara que quiere explicarse en el Congreso para que los de Rajoy cedieran al imperativo del sentido común y hayan cursado invitaciones a cuantos han tenido relación con el fiasco de las cajas y sus fusiones. No estarán todos los que podrían estar, pero todos los citados tienen alguna responsabilidad en el derrumbe de la mitad del sector financiero español.
La sucesión de torpezas a que venimos asistiendo quienes no participamos en marchas negras ni blancas, ni comemos de la vanidad alimentada por titulares de prensa, nos hace ver con buenos ojos el llamado memorando de entendimiento a que han llegado finalmente nuestro gobierno y las autoridades de la Unión. Bienvenidas sean las imposiciones, vigilancias y salvaguardias, los informes trimestrales y los quincenales, la supervisión a nuestros supervisores y los imperativos disfrazados de sugerencias.
Quizá el de subir el IVA sea una barbaridad más, esta vez impuesta por los prestamistas, pero tal vez no quede otra, visto que en seis meses los que mandan no han puesto remedio alguno a la elefantiasis que aqueja al Estado, y los que se sientan enfrente hacen lo posible para que así siga siendo. Meses en que se ha gastado más en anuncios y palabras que en remedios efectivos.
Y así, en un escenario político con más agujeros que un queso Emmental no es de extrañar que mineros y acompañantes se tomen las calles de Madrid como fueron a por la Bastilla los sans coulottes. O que el alcalde nacionalista de Barcelona pida su ración de IVA, que el cineasta Colomo gaste su ingenio en un corto sobre los recortes, o que la plantilla barcelonesa de Iberia se ponga en huelga una semana. ¿Se darán cuenta todos ellos que poder seguir viviendo en este país roza hoy lo milagroso?
Muchos creímos que de la crisis podría salir una nueva forma de hacer las cosas, de pensar incluso; que el esfuerzo, la solidaridad, la responsabilidad o el bien hacer traspasarían los límites de nuestra Selección nacional de fútbol para llegar a constituir los nuevos puntos cardinales de una sociedad agostada por la chapuza, el pasotismo, la vulgaridad y el ande yo caliente. Ojala no hayamos perdido ese tren al futuro; mucho me temo que en esta ocasión no tendríamos un Frankie Laine para cerrar la historia como en aquel memorable western de Delmer Davis, El tren de las 3,10.