No es cierto que RTVE sea un modelo de independencia. Nunca ha sido esa su mejor cualidad, y ahora tampoco. De institucional no tiene más que las consecuencias derivadas de su propiedad estatal.
La estúpida práctica de burlar las normas tratando de sacar ventaja de una determinada situación se viene dando de antiguo sobre ésta y otras instituciones, como el Constitucional o el Consejo del Poder Judicial. Las culpas son perfectamente compartibles y compartidas por los partidos concernidos. Los populares remolonearon mientras los relevos tocaban durante una legislatura socialista como los socialistas van a armarla parda ahora con la reforma que desbloquea la renovación de la presidencia y consejo de administración del llamado Ente. Nadie está libre de haber sembrado tachuelas por el piso.
Dicho lo cual, convendrá reconocer que resulta esperpéntica la situación en que se viene encontrando la red estatal de radio y televisión. La falta de una presidencia ejecutiva ha hecho de ese conglomerado informativo una isla en el mar de los ajustes presupuestarios. Como si fuera un modelo de eficiencia. Pero aunque lo fuera, qué defensa tiene que mientras se impone el copago en la sanidad o se amplían las horas de trabajo de los docentes, quienes dirigen a los anunciantes de las desgracias de cada día sigan tan campantes en sus despachos convertidos en trinchera de la resistencia.
Las desgracias seguirán siendo las mismas, obvio, y la mayoría de sus comunicadores quizá también, pero algo habrá de cambiar aunque sólo sea para contribuir a serenar tanta zozobra aquí dentro; y fuera, en el resto del mundo, no minar el prestigio de este país que pueda quedar en pié.
No es cierto que los informativos reflejen el pluralismo real de nuestra sociedad. La cuestión no es de cronómetros, aunque los tiempos también jueguen; es de criterios el problema de este servicio público.
La opinión pública no puede estar satelizada en torno a los intereses de IU o de CCOO, por poner un ejemplo, ni la realidad de este país sumido en una crisis de caballo la representan los movimientos antisistema; por el momento, al menos.
Todas estas y más son cuestiones opinables. Pero no lo es tanto negar que la situación sea manifiestamente mejorable. Parece que de eso va el asunto.
¿Día aciago el de ayer para los derechos y libertades de los ciudadanos, como tronitronaba en el hemiciclo el portavoz socialista? Menos lobos. Para aciagos aquellos días, hace ya más de medio siglo, en que los cubanos se alegraban la vida cantando aquello de «se acabó la diversión; llegó el comandante y mandó parar».