Me gustó lo que hoy dijo Rajoy en rueda de prensa: “El Gobierno no sólo asume la responsabilidad por el propio Gobierno, sino por las Comunidades Autónomas. Para mí las Comunidades Autónomas son España, hasta ahí podríamos llegar, y yo me considero responsable también de lo que pase, gobierne quien gobierne… Por tanto, vamos a ayudar a todas las Comunidades Autónomas con una única condición, que es la que asumieron todas en el Consejo de Política Fiscal y Financiero el pasado 17 de mayo: tirar todos del mismo carro”. El pronunciamiento era obvio, pero cuando algo elemental llama tu atención…
Resulta sugerente la primera definición que los académicos de la Española dieron al término crisis: Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente. En síntesis: existe una enfermedad, una anormalidad maligna, sometida a cambios que pueden provocar tanto el cese de la enfermedad como el del enfermo mismo; la muerte. ¿Están conscientes de tal situación las fuerzas vivas del país?
Por lo que se ve, y entendiendo por fuerzas vivas aquellas gentes con autoridad o capacidad de influencia social, mi respuesta no es concluyente. Hay demasiadas rémoras en esta travesía; el país, la sociedad, está lejos de sentirse caminando por el filo de una navaja. Quizá porque no le hayan suministrado adecuadamente la realidad, tal vez nadie conoce su fondo real; quizá porque no todos sean aquellos hombres sin doblez, auténticos en el día y la noche que decía buscar con un fanal el cínico Diógenes en la Grecia de hace veinticuatro siglos y que Rafael pintó en el centro de la escalera de la Escuela de Atenas que ilumina la estancia del sello en el Vaticano. Hay demasiadas evidencias en esferas de influencia como los medios de comunicación, los agentes sociales o el mundo de la política.
Aún quedan sorpresas o sustos por saltar a la luz. No es que la crisis haya llegado para quedarse, eso nunca sucede. Lo que sí puede ocurrir es que se cierre para bien o que termine echando por los suelos todo el tinglado. En gran medida ello depende de la responsabilidad ciudadana; de la capacidad de sus líderes para mantener la vista en el medio y largo plazo sin ceder a la tentación de la demagogia cortoplacista, tan frecuente en todo el mundo político.
Saber ejercer ese papel social, el liderazgo, sin dejarse sobrepasar por sus seguidores ni tampoco perder su contacto, no es sencillo, y menos cuando las incertidumbres siembran miedo. Requiere trabajar a fondo los temas, planificar con la precisión que lo hace una empresa bien gestionada y olvidar la improvisación como método para salir del paso. Sólo así el dirigente acabará siendo respetado por sus seguidores. Sólo así podrá hacer país; ser un patriota.