Un primer test espera al presidente de Bankia y su matriz BFA que hoy designan los consejos de ambas entidades: pedir a todos los consejeros que sigan a Rato poniendo su renuncia sobre la mesa; dicho de otra forma, el cese de quienes lo han elegido. Alguno podrá repescar Goirigolzarri, pero romper con la inercia que siguen arrastrando los sucesores de los antiguos Montes de Piedad sería señal cierta de que las cosas se enfrentan como es debido.
Además la renuncia de tan ilustres como numerosos colectivos acarrearía otra ventaja no menor: la pérdida de blindajes, clausulas de salida y demás albardas que hacen más llevadera la vuelta a casa, o a la calle. Más que el ahorro que pudiera suponer la suma de tales sinecuras, el hecho significaría el retorno a la decencia pública, cuestión relevante en estas circunstancias.
La caída y socorro de Bankia estaban tan cantados como cierta se ha demostrado la incapacidad del Banco de España para adelantarse o no hacer imprescindible al ucase gubernamental. Cuarenta y un años llevan sometidas las Cajas a la inspección del BE. El 1º de mayo reciente escribía aquí que la supervisión es fundamental allí donde no rige el principio de que el que la hace la paga, que es nuestro caso.
En un sector regulado, como el financiero lo es, la cuestión reviste una trascendencia especial, y así fue entendido por anteriores gobernadores de nuestro banco central, Rubio y Rojo por ejemplo. “Pero de aquellos brillos –el sistema más solvente del mundo, etc.- hemos pasado a la triste realidad de un sistema esclerotizado que no sabe cómo aliviarse del peso del ladrillo y, sobre todo, del oscuro destino de las viejas Cajas”, escribí hace nueve días.
Pues de aquellas viejas cajas, 43 hace un par de años de las que tres han sido intervenidas y otras tantas nacionalizadas, queda una docena mal contada tras un proceso de fusiones sin demasiado sentido financiero. Y una de las dos mayores se ha doblado bajo el peso del ladrillo… además del mal hacer de sus órganos rectores desde el comienzo de la crisis, verano del 2007, que tampoco son cosas de ayer.
La actual composición de sus órganos de gobierno no es compatible con la lógica imperante en el terreno en que juegan. Lejanos quedan los tiempos de los Pósitos segovianos o de los Monte di pietá creados por los limosneros franciscanos; cinco siglos atrás. Y también los años de la dictadura de Primo de Rivera, cuando las Cajas se expandieron por todo el país.
Hoy sus consejos de administración son como el último bastión de la democracia orgánica del franquismo. Hay vocales que representan a los impositores, otros a sindicatos o corporaciones profesionales, a partidos presentes en los parlamentos regionales; en fin, nada que ver con la profesionalización requerida para el manejo de los dineros ajenos en una economía del primer mundo.
Lo de Bankia es una excelente oportunidad para abrir las puertas a la racionalidad y terminar con este sinsentido en todas las antiguas cajas. Empréndalo o no este Gobierno, habrá protestas aduciendo que ello significa su bancarización definitiva, como gritaban hace dos años en Galicia los de UGT, Comisiones y un sindicato independiente. Fue en el verano del 2010, a propósito de la tímida reforma de los órganos rectores de las cajas que decretó el gobierno anterior.
Malo será si ahora no las hubiera; sería señal de que nada ha cambiado con el cambio. Aunque Rajoy ya empezado a hablar. Lo de ayer en el Senado fue feliz: «No me quejo de la herencia, de lo que me quejo es del engaño», espetó a un oponente. Por algo se empieza.