Si nuestros sindicalistas subvencionados y opositores sin argumento viajaran más allá de La Puerta del Sol o leyeran los periódicos; en fin, si se ocuparan de estar simplemente informados, quizá cejaran en sus cavernícolas posiciones.
Dicen cada vez más europeos que no les confundan… con España. Que no confundan lo que está pasando en países que crecen y están creando empleos con la España del 23,4% de parados; que lo nuestro ya venía mal desde antes de que la crisis financiera se hiciera económica, cuando crecíamos en producto y paro a la vez. Que o corregimos esas fallas estructurales o dejaremos de ser.
Y también son muchos, prácticamente los mismos, quienes añaden que el Gobierno español lo está haciendo bien, que va por el buen camino, pero que ven demasiadas piedras en ese camino como para estar tranquilos porque llegará un final feliz.
Estamos en trance de convertirnos en otra excepción europea; lo fuimos durante mucho tiempo, desde que este país renunció a su historia y se afincó en la reacción. Nos vieron como el lejano oriente de aquí al lado, pasados los Pirineos, un exótico país de españoles arrogantes, mitad curas mitad toreros, y Cármenes de faca en liga y armas tomar.
Hasta hubo quienes vinieron a cristianarnos mediado en XIX, como el George Borrow, don Jorgito el Inglés, de “La Biblia en España” que tradujo, para máyor melancolía, don Manuel Azaña. Y llegaron más a contar una guerra civil sin perdón, como el Hemingway de “Por quién doblan las campanas”, o el Bernanos de “Los grandes cementerios bajo la luna”. Hasta el Rick de Casablanca reconoce que combatió el fascismo en España.
Los jefes de los sindicatos, con el apoyo de socialistas y comunistas, han conseguido que el mundo civilizado vea lo inciviles que pueden volver a ser los españoles. Lo de “los incidentes aislados” que últimamente acompaña a toda manifestación pacífica por “los derechos conquistados” cada vez se asemeja más al llamado “fuego amigo” que diezma las tropas como mayor eficacia que el del enemigo.
¿Hasta cuándo vamos a pechar con la indolente cachaza de la progresía reaccionaria que en lugar del hombro pone la zancadilla? Los males de esta naturaleza tienen un remedio infalible: información, formación y educación… la precisa para respetar a la mayoría; del respeto a las minorías ya nos cuidamos los demás.
Qué dificil ponen la cosa y, lo triste, es que lo que motiva su actitud no es la razón sino el sentimiento, concretamente el RE-SENTIMIENTO.