Nos aqueja la pandemia de lo políticamente correcto. Los gobernantes liberales o conservadores echan mano de los axiomas socialistas o radicales con la mayor naturalidad del mundo. En lo que llevamos de año, de los trescientos y pico días de gobierno popular pocos han pasado sin una reforma y su correspondiente protesta. Los que ponen sobre la mesa las primeras, el Gobierno, suelen buscar justificaciones a cuanto acometen en el ámbito de la justicia distributiva. Y, naturalmente, los redistribuidores por antonomasia se mueren de la risa; ni se paran a refutarles, simplemente avanzan por otros registros, como el incumplimiento del contrato electoral o la pérdida del paraíso llamado Estado de bienestar
Por ejemplo: el copago farmacéutico. La formulación elegida, que algún rasgo apreciable comporta, va a implicar el cambio de las tarjetas de la seguridad social para que el médico, farmacéutico o el guardia de la esquina puedan cobrar más al rico que al pobre; como si no tuviéramos un sistema fiscal en el que este mismo Gobierno ha multiplicado la progresividad. Y podría llegar el día en que el cambio en la tarjeta sanitaria se traspase a los carnets de conducir con el objetivo, “democrático y de justicia”, de que el exceso de velocidad cueste más caro al del Lexus para que al del utilitario le salga la cosa por el equivalente a cuatro cafelitos.
Y hablando de cafelitos, hay que oír las voces y el rasgar de vestiduras provocados por la metáfora con que un consejero autonómico manchego quiso rebajar el escándalo que a los llamados colectivos ha provocado el techo fijado en el coste de medicamentos a los jubilados menos favorecidos; lo de los ocho euros mensuales. Griterío sólo compensado por el silencio de los mismos agentes ante el gratis total para los parados sin subsidio.
Parecen cada vez más los empeñados en seguir la senda de los griegos. Un país arruinado tiene que tomar conciencia de que no puede seguir viviendo como lo hacía mientras cavaba el agujero sin fondo en el que hoy se siente sumergido. Tendrá que empezar a pagar las cosas por lo que cuestan para así apreciar su valor. Las tasas universitarias son un buen ejemplo. A las horas de haber expuesto el ministro competente un par de fórmulas para que las autonomías pongan orden en sus universidades, colectivos diversos anunciaron la toma de las calles. La supuesta afrenta consiste en pasar de pagar un 10% de los costes reales de las matrículas, al 25%. ¿Alguien será capaz de explicar por qué el 75% restante ha de seguir siendo pagado por los impuestos que no dan para fomentar el empleo de cinco millones de parados?
Eso sí, no habrá observatorio capaz de denunciar el escándalo/despilfarro que supone tener aquí más universidades por región y habitantes que en cualquier otro país del mundo; o que de todas ellas ninguna aparezca entre las doscientas mejores del mundo (Academic Ranking of World Universities, 2010).
Y así, hasta el infinito. El sistema, víctima de unas normas de corrección dictadas por la minoría de hooligans que condicionan la vida de la mayoría social del país, acaba por perder las buenas formas. Como pequeña muestra, la lección que el Schalke 04, equipo modesto de la Bundesliga ha dado al coloso Real Madrid. En homenaje al futbolista español Raúl nadie usará en lo sucesivo el dorsal 7 con el que en los dos últimos años hizo 36 goles. En el Madrid, capitán y máximo goleador histórico, 323 goles en 15 años, ni camiseta ni partido de homenaje. Detalles que hacen pensar.
De RTVE hablaremos mañana. Los nudos gordianos se cortan así, de un tajo. ¿Doce consejeros con secretaría, despacho, coche y demás para nada útil que hacer? Vamos ya…
Si señor, con un par …..¡Ya se echaba de menos el sentido común!.