Los socialistas harán dentro de un mes todo tipo de protestas y disimulos, pero los hechos son como son: llaman a la protesta callejera los dos primeros responsables, digamos que responsables, del partido. La número 2, directamente: a las barricadas el día 29. El número 1 atizando con la cuestión sanitaria las cenizas entre la inmigración en paro.
No creo que alguien medianamente informado, y se supone que los llamados responsables socialistas lo están en grado sumo, piense que el Gobierno vaya a salirse a base de movilizaciones del camino emprendido; es decir, a incumplir los compromisos que se ha visto obligado a tomar para poder seguir financiando esta ruina. La apelación a las calles significa renunciar a la política; su enterramiento.
Esto ya no va de discutir la herencia que han recibido, ni sobre quién es el responsable de la resaca que han dejado aquellos días de vino y rosas. Hechos tan nítidos no ameritan un minuto de discusión. Ni tampoco ponerse a descubrir la fuente de aquel simpático telegrama de la agencia británica Reuters, según el cual medios comunitarios dudaban de que el déficit incurrido por el gobierno socialista en 2011 llegara al 8,5%, como Rajoy avanzó y la UE acaba de ratificar.
Cuando las cosas son como parecen, o parecen lo que son, no conviene dar más vueltas… que para darles vuelta. Pero ayer quedó patente que la minoría que va desde las derechas nacionalistas hasta los comunistas, pasando por las rémoras que viven de parasitar el desencanto, no está dispuesta a dar esa vuelta que la situación requiere. Salvo alguna excepción apuestan por la revuelta, vía que no conduce más que a abundar en el desastre, como tienen probado los griegos hasta las heces.
Claro que el consenso es irrealizable, entre otras cosas porque el diálogo es imposible cuando no se reconoce el poder de cada cual, la posición que ocupa en el parlamento. Pero entre la adhesión y los pies por alto hay un camino intermedio que aliviaría los temores de quienes escrutan nuestra capacidad de pagar lo que debemos. Es la abstención, una especie de lavado de manos, que salvaría a los opositores de futuras responsabilidades por el eventual fracaso de los gobernantes. Y en todo caso aportaría un plus de seriedad o solidaridad, que en momentos así nunca vienen mal.
En fin, serán cosas del tropismo numantino.