La patética figura de la sra. Manjón cobró ayer su dimensión más real. La imagen de madre enlutada que viene cultivando con denuedo se trocó ayer en la de mitinera sindicalista, más preocupada por poner a parir al Fiscal General del Estado que por las víctimas que parece seguir llorando. Siempre de negro, “hasta el día en que dejen de caer inocentes en la guerra que asesinó a mi hijo”, dijo en una entrevista hace seis años. La guerra pasó, pero sigue el negro, que no luto como ella insiste.
Cada cosa en su sitio; la madre de un muerto en el macro atentado terrorista de los trenes, que ayer hizo ocho años, es muy dueña de seguir en la batalla, faltaría más; pocos dolores podrán comparársele. Y también los es de continuar presidiendo la Asociación 11 M Afectados del Terrorismo, incluso de ser al mismo tiempo miembro de la Ejecutiva madrileña de Comisiones Obreras, sindicato organizador, junto a UGT, y la llamado Unión de Actores, de uno de los actos ayer celebrados en memoria de aquel atentado.
El duelo se convirtió en mitin, como no podía ser de otra forma interviniendo antes de la gran manifestación los jefes madrileños de Comisiones, la UGT incluso del PSOE. La sra. Manjón, empeñada en cerrar bajo siete llaves el caso del 11-M, advirtió: “conseguirán que algún día se deje de creer en la justicia democrática”. Ahí queda eso, “Justicia democrática”.
También dijo que lamentaba que el 11-M fuera aquí una causa de división entre ciudadanos, y no de unión como el 11-S propició en los Estados Unidos. La imagen no podía ser más falaz utilizada por quien no quiere saber nada de las otras 1.000 víctimas del terrorismo y que culpó del asesinato masivo al gobierno de entonces; exactamente lo opuesto a lo se le hubiera ocurrido a cualquier norteamericano, demócrata o republicano.
Convertir en mitin político un acto de duelo produce un efecto lamentable: la pérdida de respetabilidad que el dolor procura. Lástima.