Visto desde Nueva York, el encuentro de ayer entre Rajoy y Rubalcaba en el Congreso producía una extraña impresión. España no se merece una oposición así. Intentar taponar el vacío de ideas con frases hechas, recetas recortadas de los diarios y pronósticos tipo calendario zaragozano, da pena, ademas de miedo por cuanto más cara nos saldrá la ronda.
En circunstancias como las que el país sufre no hay espacio ni tiempo para la demagogia, por mucho que se juegue el socialista en las elecciones de Andalucía. Quien la usa está reduciendo a sus conciudadanos a la condición de imbéciles.
Y resulta penoso que cuando trata de no hacerlo, de proponer algo de cajón, se mete en el charco que el mismo contribuyó a socavar. Así le ocurrió cuando quiso aportar como brillante idea dónde el daría un tajo a los gastos: entre sanidad, educación y defensa, yo recortaría en defensa.
Pobre, pocas veces se lo pondrán mas fácil al presidente. Yo también, vino a decir Rajoy, pero me han dejado un pufo en defensa precisamente de 30.000 millones, que habrá que pagar, claro está.
La ventaja de haber elevado el techo de déficit desde el 4,4% comprometido por el anterior gobierno hasta el 5,3% no es un triunfo que da mayor margen de maniobra al país en recesión, no; para Rubalcaba es un churro comparado con el 5,8% que Rajoy puso hace dos semanas sobre la mesa.
Y así todo. ¿Qué hemos hecho los españoles para tener esta oposición? O mejor, ¿que habrá hecho la oposición para tener a este buen hombre al frente?
Vaya castigo con este tio. Es como una almorrana sin extirpación posible.