Parece insólito a algunos que el candidato del partido que ha ganado las elecciones andaluzas salga a la palestra para ofrecer sus servicios en el gobierno regional. Habiendo ganado resulta que perdió. El desiderátum de la mayoría absoluta puede ser tan loable como indeseable, según las circunstancias, pero si sacar cuarenta mil votos de ventaja al segundo y un millón ciento veinte mil votos al tercero no son razones para tratar de gobernar, que venga Dios y lo vea.
Que cuente con los apoyos suficientes para hacerlo es harina de otro costal, pero no hay razones para dejar de pensar en que los socialistas se tentarán muy despacio la ropa antes de formar gobierno de coalición con IU. El programa de los comunistas con camisa verde es inasumible por cualquier partido occidental con aspiraciones de gobernar algo de mayor calado que un pueblo como Marinaleda, por poner un ejemplo. Claro está que ese mismo programa protocolizado ante un notario parece estar a disposición de lo que una segunda consulta popular establezca. Faltaría más.
Cierto es que los socialistas de Chaves y Griñán tienen mucha ropa por planchar y preferirán cualquier cosa antes que permitir el paso de Arenas a los servicios de la Junta. Pero no lo es menos que de lavar poco debe de quedar pendiente, más allá de lo que ya obra en poder de la Justicia.
Pero sobre todo, ¿a qué jugamos? No parece lo más aconsejable hacer de Andalucía una reserva de parados condenados a vivir de los impuestos ajenos y cada vez más lejos de la redención por el trabajo y bienestar futuro. Ni tampoco tener una autonomía al borde de la insumisión fiscal, que de ahí se puede pasar a la otra; ahí está el joven Pujol II atizando un ridículo soberanismo catalán para tapar la corrupción en sus propias bases sociales y la crisis provocada por el desastroso gobierno tripartito anterior. Aquel gobierno de socialistas y comunistas es todo un precedente de lo que podría llegar a ser el de una Junta andaluza en que, pese a los desvelos de Rubalcaba y González, Felipe, los socialistas estarían a merced de los comunistas.
Ante situaciones como la apuntada, o el caso del tribunal superior de justicia madrileño discerniendo si La Puerta del Sol es lugar emblemático o no de la capital, y otros, como la dictadura castrista pretendiendo engañar al pueblo con su obsequiosidad ante el Papa, uno recuerda aquella vieja máxima: No le des más vueltas a la cabeza, que se pierde y luego no hay quien la vuelva a enroscar.