No sé si hay demasiadas diferencias entre esa cuadrilla antisistema que porta el lábaro de Asociación Madrileña de Ateos y Librepensadores y el columnista no menos antisistémico que a voz y pluma se afana en cargarse toda autoridad constituida, e incluso por constituir.
En ambos casos tratan de camuflarse bajo el manto liberal. Extraño liberalismo cargado de insultos y befas sin consideración a lo que para muchos españoles puedan representar el objeto de su activismo.
Unos, cayendo en la estúpida cursilada de versionar, en cutre, modos y liturgias cristianas con el objetivo de herir sentimientos. Esto de copiar fuera de contexto se ha convertido en una auténtica manía que, por ejemplo, sorprende a los aficionados a la ópera o teatro clásico, y generalmente no para bien. Vestir a Hamlet de teniente en el Vietnam o a Carmen de cabaretera en Las Vegas son formas de hacer el ridículo, y poco más. Más gracia puede tener ver en Japón bodas como si la pareja fuera de Burgos, con su velo y cola blanca ella y demás aditamentos. Pero un vía crucis laico es demasiado para una cultura basada en el pluralismo y la tolerancia, virtudes cívicas nacidas precisamente de esa fuente que pretenden empantanar.
Lo del calumnista es harina del costal de al lado. Lo suyo no es el ejercicio de la crítica; es la invectiva, el insulto y demás armas letales que puestas en circulación siembran odio y acaban quebrantando los cimientos de una sociedad. No es real su apelación a la libertad, porque se la niega a los demás; ni a la justicia, porque subvierte valores; ni a la igualdad, ni a la honestidad tampoco. Para él, del rey abajo, todo es una inmensa mentira. Las instituciones son mentira; los partidos, una panda de golfos; los electores, débiles mentales, etc.
Ambos casos son muestras de extraños resentimientos extravertidos en socavar bases de nuestra convivencia; culturales y políticas. Con la de cuestiones pendientes de solución que este país arrastra, los ateos se meten en una campaña ¡pro apostasía! Ahí queda eso. El otro, una especie de Sansón en chico y sin causa, barrena a diario los cimientos políticos del sistema con el mismo afán y nulo éxito que viene haciéndolo desde hace años y diversos púlpitos.
En fin, la libertad permite extravagancias así.