Paulino Rivero tiene un problema, por lo menos uno. Le gustaría tener una nación, al estilo catalán, con su lengua, su historia reconstruida y demás aditamentos distanciadores del resto del país. Como si la geografía no fuera suficiente. Pobre. No cae en cuenta cuánto tardaría en ser fagocitado el archipiélago más próximo al africano Marruecos que al resto de la Unión Europea.
El caso es que después de sus jornadas de hermanamiento con el catalán ha puesto pies en pared porque el Gobierno de verdad ha concedido autorización a Repsol para explotar el petróleo que, al parecer, duerme frente a las costas marroquíes.
Madrid nos toma por una colonia, atentan contra la industria local, el turismo, ¡no hay derecho! Enseguida entran en juego los ecologistas y, claro está, los socialistas que no evitan un sólo charco en el que meter la pata.
¿Acaso todos ellos prefieren que sea una Elf cualquiera quien abra los pozos por cuenta de Marruecos, en las mismas aguas, a los mismos 60 kms. de las costas canarias? Todo es posible cuando se trata de poner el freno y marcha atrás a cualquier iniciativa, sobre todo si es de progreso.
Las derechas regionalistas, como las nacionalistas, no son precisamente factores de modernización. Su colaboración suele ser una función del interés propio por consolidar el manejo de sus circunscripciones respectivas. Hablan de derechos del territorio, no de los de las personas que lo habitan, únicos sujetos posibles de derechos.
Algo similar le está ocurriendo a Álvarez Cascos cuando pone a Asturias como víctima de no se sabe qué, siendo una de las regiones españolas, junto a la canaria, más subvencionadas históricamente. Su aventura personal puede acabar dando al partido socialista el control político del Principado. Si se trataba de eso podría haberse presentado directamente en la lista de Rubalcaba; total, como reformistas se andan a la par…
Desde Washington no se entiende el maremagum en que se meten este tipo de personajes, ni el esgrima a costa del copado con que tantos quieren «salvar» a Cataluña de su redención. El verdadero escándalo está en cómo puede Griñán tener más votos que militantes; en cuánto pesa la masita del señor en los burgos podridos que decían los ingleses y nuestros liberales de principios de siglo.