Como la casa acostumbraba, el Santander sorprendió ayer al mundo financiero adelantándose seis meses al resto de la industria en alcanzar el requisito de capital que la Autoridad Bancaria Europea fijó para el 1 de julio próximo. Y anuncia que en esa fecha espera haber alcanzado el 10%, un punto más del exigido.
El hecho demuestra que pese a que todos los bancos sean iguales, como en la granja de Orwell unos son más iguales que otros. Obviamente superar el objetivo no ha debido de resultar gratis, ni fácil. Porque para alcanzar ese índice de solidez que en octubre la UE fijó en un 9% de capital sobre los activos de riesgo pueden darse, básicamente, dos factores convergentes: aumentar el capital y/o reducir los riesgos.
A eso parecen haber dedicado el año los del Santander. A generar nuevo capital con el apoyo de sus accionistas, tanto los que reinvirtieron parte de sus dividendos como los llegados por el canje de bonos; a la venta de algunas participaciones no estratégicas, que cumple el doble objetivo de lograr ingresos extraordinarios y de reducir riesgos, y a optimizar la propia actividad bancaria, fundamentalmente en el exterior porque en el interior no la hay.
A eso y a cubrirse de los sobrecostes que ha supuesto la pérdida de confianza en las cuentas del Reino, con las consiguientes rebajas de todos los ratings, públicos y privados. Dicho de otra forma, a pechar con las consecuencias de vivir en un vecindario con algunos elementos menos confiables, incluso poco recomendables.
Este tipo de situaciones puede acabar suscitando recelos, incluso conflictos sin otra causa que un cierto complejo de inferioridad. Pero el caso es que Botín ha hecho los deberes, y esa es condición necesaria para que el banco cumpla su papel social: financiar.
Posiblemente la mayoría del vecindario no disponga de las condiciones para llegar ahí y requiera algo parecido a la creación de un “banco malo” que a nadie parece gustar, donde alojar los activos riesgosos que tienen congelados muchos recursos fundamentales para activar la economía y la propia confianza en el sistema. Quizá no se ponga en marcha, aunque a diferencia de los desechos nucleares que van a soterrar en Villar de Cañas, buena parte de los residuos bancarios con el tiempo podrán acabar perdiendo su toxicidad.