La política de altura tiene compensaciones que la de cuotas no puede alcanzar. El Instituto Cervantes presidido por Mario Vargas Llosa habría sido uno de los grandes lujos del Reino. Pocas son las naciones que cuenten en su haber con un idioma franco –oficial en 21 naciones- como el español lo es; y menos aún, los idiomas que puedan ser representados por un plenipotenciario como el Nobel Vargas Llosa.
Cuando suceden, las cosas suelen parecen normales, comunes. ¿Hay algo más lógico que acudir a alguien como él para presidir el Cervantes? Pero la distancia entre lo lógico y lo real es en ocasiones insalvable, como la que media entre empeñarse por hacer posible lo mejor y conformarse con hacerlo lo mejor posible.
Como buen ciudadano, el humanista difícilmente podía resistirse al ofrecimiento, como tampoco el escritor a su pluma Su disponibilidad para colaborar con el Instituto es una buena solución. Muestra de su compromiso fue la aceptación hace diez años a presidir la Fundación de la Biblioteca Virtual Cervantes, empresa más modesta pese a los cinco millones de usuarios que en todo el mundo leen en ella a los clásicos de las lenguas ibéricas.
El Cervantes, 70 sedes en los cinco continentes para difundir cultura española, será una de las palancas fundamentales de la acción exterior de una política centrada en optimizar los recursos nacionales. La lengua es uno de ellos, pero también el pensamiento y las artes.
Del cruce de las políticas exterior y cultural puede resultar un choque de trenes, como ocurrió cuando Moratinos dirigía la primera y César Antonio Molina descarriló manejando la segunda. Pero también una fuente de sinergias potenciadora de ambas. Este no es país de patentes, ni potencia económica o militar; la cultura y el idioma son dos de nuestras capacidades fundamentales. También los servicios. Parece que así lo entienden quienes están al mando. Y eso es bueno.
No hace tanto, fue exactamente en diciembre del 2004, quien entonces portaba la cartera de cultura cinceló esta frase para la historia: “Un concierto de rock en español hace más por el castellano que el Instituto Cervantes”. Era doña Carmen Calvo, la que en un encuentro mundial de ministros de cultura no se reprimió: “Deseo que la Unesco legisle para todos los planetas”. Eso sí, no se atrevió a poner al frente del Cervantes a Miguel Ríos, ni siquiera a Sabina. Tiempos pasados.