Patética izquierda la que grita en la calle contra el poder judicial en defensa de un juez imputado por pedir dinero y atropellar el derecho procesal.
Todo lo que rodea a Garzón es vidrioso. El juez estrella nació a sus treinta y cinco años el 13 de junio de 1990, en el telediario de las tres de la tarde, bajando de un helicóptero posado sobre el pazo Baión, de Laureano Oubiña. En una operación espectacular, más de un centenar de policías a la voz de “adelante” proferida por un juez ante las cámaras que acompañaban la secreta operación, desmantelaban una extensa red de narcos gallegos.
Después de tres años de instrucción y un juicio prolongado durante ocho meses, acabaron en prisión lancheros y segundones. Quince acusados fueron absueltos gracias a la mala instrucción y el capo Oubiña fue condenado pero no por tráfico de drogas. Ya entonces el juez había tenido la mala ocurrencia de grabar conversaciones que el tribunal no pudo aceptar, incluso el Europeo de Derechos Humanos condenó a España por vulnerar el derecho al secreto de las comunicaciones de otro narco, Sito Miñanco.
Como prueba su afición a interferir teléfonos, casi nada es nuevo en el juez estrellado. Lo del franquismo viene de corrido después de haber tratado de emplumar a algunos dictadores suramericanos, incluso a Bin Laden y Bush, aunque nunca a los Castro que siguen causando muertes entre la disidencia que ocupa sus cárceles. Pero lo novedoso, por no decir escandaloso, es la cuestación que hizo entre grandes empresas, su Domund particular, para cobrar un sobresueldo durante su permiso de estudios en Nueva York a través de un centro universitario sui generis.
Extraño estandarte de justicia y libertades el que pasean por las calles los diputados comunistas, Llamazares y Lara, el concejal socialista Cerolo y los líderes sindicales F. Toxo y Méndez, por resumir y no mentar a algún juez y fiscal de los de antes, de los que sí que juraron lealtad a aquel caudillo. A la espera de la contramanifestación de los fascistas, que también llegará, el país entretiene sus pesares… En fin, pena.