Insólito. Es el calificativo que cuadra a muchos de los comentarios editoriales y análisis publicados sobre la llegada de Ana Botella a la titularidad de la alcaldía de Madrid. Lo de menos son las referencias que algunos hacen a su cualidad de consorte del expresidente Aznar; machismo sobrevenido. Tampoco es sustancial ignorar los numerosos precedentes en casos similares; sólo revela el corto vuelo del afán manipulador.
Lo insólito reside en el atentado al sentido común que entraña defender que encabezar una lista electoral significa perder la libertad para atender otros requerimientos o necesidades. Esa suerte de condena a galeras se completa con la aberración no menor de considerar que los puestos pertenecen al elegido, suposición que cuenta en la calle con escasos defensores por cierto, como demuestra la condena social que acompaña a los tránsfugas.
En otros sistemas electorales, como el mayoritario uninominal, sería defendible tal teoría pero esto no es el Reino Unido, ni parece que por ahí quieran ir los partidarios de reformar el nuestro sino todo lo contrario: acentuar la proporcionalidad devaluando los correctivos como el sistema de cocientes de D’Hont que aquí se emplea para, teóricamente, favorecer la gobernabilidad. La representatividad del sistema puede ser atacada desde diversos ángulos; es un derecho reconocido, y ahí estaban los indignados como botón de muestra. Pero hacerlo por detrás y a la sombra de la bandera constitucional no conduce a nada positivo.
Al margen de las notas críticas sobre la nueva alcaldesa, propias en un medio de la oposición, el editorialista del “periódico global en español” dejó ayer escrito que “sus electores no la votaron para el puesto de alcalde sino de concejal”; dicho lo cual añade que ello “la obliga a hacer esfuerzos suplementarios de legitimación”. Como si no estuviera legitimada por los votos de la mayoría de la corporación, además de los 750.000 conseguidos en mayo por el partido, más que la suma de las otras tres formaciones presentes en la alcaldía.
Visto lo visto en mayo y el más reciente 20-N no parece probable que el diario en cuestión prefiriera una nueva pasada por las urnas. Y aún menos sus mentores, que bastantes urnas tienen por solventar en Andalucía.
Ni Madrid, ni el país, ni la comunidad iberoamericana de naciones se merecen tener un referente tan disolvente.