El manifiesto de 25 puntos hecho público por 25 socialistas ha abierto de hecho el próximo Congreso del PSOE, primera semana de febrero, Sevilla. Si “Mucho PSOE por hacer”, que es el título de la papela, representa la regeneración del partido, el 38 º Congreso se cerrará en falso.
Lo publicado una vez culminada la salida del Gobierno de la Nación no revela una idea capaz de sustentar un proyecto político como el que un partido socialista debiera poner en pié para constituirse en referente de una izquierda actual. Quizá sólo una, que el partido ha de ir del brazo de los dos grandes sindicatos y otros movimientos progresistas. El resto, justificaciones de las derrotas acumuladas en este año; ya conocidas durante la campaña de Rubalcaba. Y avanza que irán presentándose aportaciones específicas en fechas próximas.
¿Es realmente éste el trampolín de lanzamiento de la candidatura de Chacón, López Aguilar o de cualquier otro militante a la secretaría general de su partido?
Los socialistas españoles pueden distraerse buscando fórmulas para cuajar una nueva ideología, incluso enzarzarse en la cuestión y acabar divididos en dos alas, cosa ya sufrida por el partido en varios momentos, y de forma dramática durante los años 30 del pasado siglo. Les preocupa que la crisis haya modificado el terreno de juego, cautivo hoy de una hegemonía conservadora contra la que no aciertan a luchar. Y parecen empeñados, así lo dicen todos, en que el gran problema a resolver no es el quién, sino el qué.
Por supuesto que un partido ha de acomodar sus ambiciones a la realidad social en la que opera, y ese es trabajo que tienen pendiente. Pero no es el único; porque para llevarlo a buen puerto se requiere un líder, la persona capaz de mostrar a sus compañeros cómo llegar hasta dónde todos quieran llegar. La experiencia sufrida en los últimos once años demuestra que acertar es fundamental.
Dentro de sus filas tienen un ejemplo muy claro en el Felipe González de los años 70 del pasado siglo, aquel joven sevillano que auparon en el 74 sobre las viejas raíces socialistas cultivadas en el exilio y las ramas enfrentadas aunque no tan viejas del interior. Se plantó tras su segunda derrota electoral en 1979. Puso sobre la mesa su estrategia y condiciones en el 28º Congreso del partido y dejó vacante la secretaría general hasta que no fueron aceptadas a la vuelta del verano en otro Congreso extraordinario. Fue la renuncia al marxismo, y con ella, todo lo demás: la mayoría absoluta en 1982.