De especial, o extraordinario, cabe calificar el mensaje de la Corona en la noche del 24. Don Juan Carlos transmitió una fuerza como pocas veces lo hizo en la televisión; no menos que la que empleó aquella noche del 23 de febrero de 1981. No merodeó por lugares comunes, saludos regionales y demás tópicos disculpables en las oficiales despedidas de año. Fue directo a la almendra de la actualidad: la crisis y el desempleo, la corrupción, el terrorismo y el futuro de la propia institución que representa. Y a la necesidad de unión para superar dificultades.
La insólita peripecia de Urdangarín había generado curiosidad acerca del tratamiento, o no, que el Rey, su suegro, pudiera darle en su discurso navideño. No decepcionó. Sus palabras iniciales, calificando el año de “difícil y complicado para todos”, anunciaban que la cuestión no iba a ser eludida. Y no lo fue.
Tras los minutos dedicados a la economía, crisis, paro y Europa, afrontó la corrupción, causa de desconfianza en la credibilidad y prestigio de las instituciones. “Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos, dijo. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar.”
Después de sentenciar que “la justicia es igual para todos” y que todo hecho recusable ha de ser sancionado según la ley, advirtió de la injusticia que significaría generalizar comportamientos individuales. “Se podría causar un grave daño a instituciones y organizaciones que son necesarias para la vertebración de nuestra sociedad.”
Y sobre el terrorismo fue tan claro o más al orillar los movimientos tácticos de los etarras: “Que los terroristas entreguen sus armas asesinas y desaparezcan para siempre de nuestras vidas”. Lo cual a los peneuvistas les pareció demasiado fuerte. En fin…
El mensaje concluyó recordando el papel de la Corona, y el que su sucesor habrá de cumplir en su día. A él dedicó un párrafo también inusualmente directo al hablar de “el rigor y el acierto con que mi hijo, el Príncipe de Asturias, me acompaña como Heredero de la Corona en el servicio a los españoles y a España, a su democracia, a su Estado de Derecho, a sus libertades, a su unidad y su diversidad, y a la defensa de sus intereses en todo el mundo.”
Fueron minutos intensos hablando de la Patria, King and country que dicen los británicos.