Las tribulaciones europeas tal vez serían menos si los anglosajones se fijaran más en sus propias miserias que en las nuestras. Hasta Obama, pequeño chasco presidencial, dedicaba ayer unos minutos a comentar con periodistas la escasa confianza que tiene en que los europeos seamos capaces de resolver la situación. Detecta escasez de voluntad política. Sería lamentable que acertara como comentarista de la actualidad ajena tanto como falla en la presidencia de su país, que es para lo que le vienen pagando desde hace tres años, aunque ciertamente con escaso retorno de su parte.
Lo del señor de la Casa Blanca viene amparado por innúmeras manifestaciones de economistas, politólogos, charlistas de diversas ambiciones y editoriales periodísticos del mundo anglosajón.
El WSJ, por ejemplo, parece que no tuviera otra crisis sobre la que echar más leña al fuego cuando este parece a punto de sofocarse. Tanto su edición electrónica como la impresa eran ayer encabezadas por una insólita información sobre el euro. Ante la posible explosión de la divisa europea, decía, algunos bancos centrales ya están buscando imprenta y papel para volver a sus antiguos billetes. Y cita casos como el de Irlanda, Grecia y Montenegro.
Le importa poco al diario de Murdock que Montenegro use la moneda que le pasa Alemania, como antes con el marco; y que, dadas sus delicadas situaciones, Grecia e Irlanda quizá tengan que buscarse la vida por su cuenta, ¿qué más da?, dicho queda: el euro a punto de desaparecer.
En lo cual parecen afanarse también las máquinas de la city londinense. La histeria con la que se producen los movimientos en las bolsas demuestra que este tipo de mercados ha dejado de cumplir la función de casar ahorros con inversiones; los dealers se han trocado en croupiers de casino.
Tal vez todo esto nada tenga que ver con nuestra situación, pero las posibles salidas de la crisis europea, la unificación de políticas fiscal, laboral y presupuestaria, no gustan en el sistema británico, como Cameron demostrará hoy mismo. The Economist sugería recientemente que la Europa continental podría acusar de dumping social al Reino Unido, al tiempo que advertía una cierta obsesión nuestra, de los continentales, en culparles de atentar contra el euro… Quizá tenga razón.
¿Estaremos pagando los costes de la soberbia con que nos hemos manejado durante la década última?