El día en que American Airlines suspende pagos el sindicato de pilotos de Iberia habla de ponerse en huelga. El diputado Llamazares acusa a Rajoy de preferir los causantes de la crisis –los empresarios- a las víctimas –los sindicatos-, y su camarada y jefe Cayo Lara añade que la transición en ciernes parece cosa de banqueros. El socialista al mando de la UGT dice que no más reformas laborales porque la última ha puesto las cosas peor: más precariedad y la prima por las nubes…
Son sólo tres ejemplos de hasta qué punto tenemos bajo mínimos los niveles cívicos. Sabido es que los sindicatos lo son fundamentalmente de empleados; los parados, cosa de la Seguridad Social y de Caritas. Méndez sabe como pocos, o debería haberlo aprendido al cabo de tantos años, que la rigidez y complejidad de las normas y usos laborales son una de las causas del diferencial de paro que nos aleja de nuestros socios europeos. Ahora tiene una ocasión única para demostrar que otra política sindical es posible.
La resistencia al cambio se disfraza de defensa de históricas conquistas sociales. Preguntar si la historia comienza en la segunda república o por un ministro de trabajo franquista llamado Girón resulta políticamente incorrecto, pero el cierre de filas con que los empleados defienden sus intereses comporta consecuencias más graves.
Los costes de producción, todos, han de ajustarse a la realidad y para ello es fundamental su flexibilidad, capacidad para adaptarse a la realidad. Algo anómalo sucede cuando la realidad acaba compuesta por medio millón largo de empresas cerradas y cinco millones cortos de trabajadores en paro.
La solidaridad parece cosa del pasado en todos los niveles. Empezando por los de arriba; ahí está el dinero sin control aparente que los inspectores fiscales cifran por encima de los 80.000 millones de euros. Y siguiendo por el medio –“la factura ¿con IVA o sin IVA?”, por ejemplo-.
Al lado de todo esto los brillantes análisis de la izquierda unida no parece que vayan a colaborar a salir del charco, y menos poniéndose al frente de toda manifestación ciudadana contra los ajustes, banqueros y curas, que todo puede llegar.
En fin, los pilotos de Iberia que pongan sus barbas a remojo y dejen ya de hacer el imbécil. Porque mientras aquí sufrimos sus bravatas y las de Standard & Poors, y el gobierno saliente se centra en qué hacer con los huesos de Franco, en Teherán asaltan la embajada del Reino Unido. Y las guerras suelen alimentarse del hambre que las crisis generan.