Contaba ayer Mario Vargas Llosa en Guadalajara, México, que a mediados de los 80 Sartre decía en una entrevista que había que “renunciar a la literatura para hacer la revolución, y eso me llevó a renunciar a Sartre”. Y así la literatura hispánica ganó un Nobel. Fue una buena decisión.
No siempre se acierta con la salida; intereses, miedos y prejuicios pueden nublar el entendimiento de quienes más precisan la solución, y así las renuncias se hacen inalcanzables. Ocurrió el sábado último en el Comité Federal del PSOE. Sus cincuenta miembros más los treinta y tantos de la Comisión Ejecutiva no fueron capaces de salir del túnel por el que llevan siete años y medio transitando, incapaces de prescindir del peso muerto que arrastran.
La mayoría, unos por haber aplaudido y otros por haber consentido, siguió haciendo como si nada hubiera pasado una semana antes, como oídos sordos hicieron seis meses atrás, tras el 22-M.
Entonces perdieron millón y medio de votos municipales; ahora, en el 20-N, han sido cuatro millones trescientos mil. Parece que del millón y medio evaporado en la primavera, medio se pasó a los populares, cifra que ahora, en el otoño, ha subido hasta un millón doscientos mil; a la que habría que sumar los setecientos mil migrados a IU, etc. Cuando un partido que hasta ahora mantenía un suelo a prueba de bombas se deshilacha por todos sus flancos y sus votantes, antaño irredentos cruzan lábiles ahora las fronteras, tiene que hacerse mirar sus pulsos y demás constantes vitales.
Querer auto convencerse de que la crisis tiene la culpa son ganas de hacerse trampa en el solitario; sobre todo cuando se concreta achacándola a las medidas adoptadas, tardías e inconclusas por cierto. Pero el surrealismo llega a su cénit cuando el candidato Rubalcaba propone en el Comité que el programa con que perdió las elecciones sea adoptado por el Congreso federal para los próximos años. No se comprende tanta incapacidad de renuncia a un pasado que ha generado la situación presente.
Parece imposible que tantos desatinos confluyan en tan poco tiempo sobre el partido que debiera articular la oposición al gobierno. Y no es cuestión que sólo concierna a los socialistas pues sin un referente claro que aglutine esa ancha franja izquierda de la sociedad española la dialéctica política mutará en algarada callejera. Impedirlo es su responsabilidad; el país no está para fallas.