Tras la declaración etarra suscribiendo el show de Ayete, hoy Aiete -por cierto ¿a quién se le ocurriría reunir en la antigua residencia veraniega de Franco a la troupe de Brian Currin?- las cosas vuelven a pesar lo que pesan. Los encapuchados -¿qué temen, acaso no es definitivo el cese de su actividad?- han dicho exactamente lo esperado. Otros miserables, que también los hay en nuestra orilla, presumen que hay españoles que prefieren un terrorismo latente hasta el 20-N, y así lo meten en campaña electoral. Son las miserias de la política.
Mientras la espuma se disuelve la realidad nos devuelve otro espectro más preocupante, el de la crisis, ahora alimentada con descaro por los intereses particulares del eje franco-alemán.
Parece como si los grandes acreedores de la ruina griega no acabaran de dar con la fórmula para extender su coste al resto de la UE. Porque más allá de los desatinos con que los gobiernos irlandés, portugués, italiano y español manejaron sus haciendas en los últimos años, las medidas que dicta el eje centro europeo han creado una situación sin salida a la vista.
Los indicios sobre el Consejo Europeo del próximo domingo, si no vuelve a aplazarse, no son halagüeños. Parece como si el eje franco-alemán estuviera empeñado en tapar la necesidad de capital que aqueja a sus grandes bancos extendiendo el problema sobre resto de la banca europea. Y para ello nada mejor que afectar las deudas soberanas de cuantos más países mejor. Un descuento «por si las moscas», o simplemente anotarlas en los balances a su valor de mercado, se traduciría en pérdidas de capital y el consiguiente drenaje de liquidez; de la liquidez hoy inexistente.
Es lo que le faltaba a este país nuestro para agravar su precaria situación. Hoy lo han descontado los mercados de forma abrupta. Y alguna empresa, Sacyr, ha vivido un golpe de mano contra su primer gestor.
Esta misma semana, el presidente del primer banco del euro por capitalización bursátil dio una clara señal de alerta, la más inteligente hasta ahora conocida. Vino a decir que la raíz del problema está en la deuda soberana y no en el capital de los bancos. Cabría añadir la sobrevaloración de otros activos pero, efectivamente, los capitales no se verían afectado si las ayudas públicas se centraran en resolver los problemas públicos. Y añadió Botín, como es propio de la tradición familiar, que cada palo aguante su vela; es decir, que si algún banco está quebrado, dejémosle descansar en paz.
De momento, aquí y ahora, convendría empezar por mayor transparencia y mejor supervisión, que visto lo visto está dejando mucho que desear. El Banco de España fue en su tiempo un excelente regulador, pero está siendo un pésimo supervisor. Ahí están las Cajas. Lo de Dexia y los reguladores belgas y franceses no puede servirnos de consuelo.