De vez en cuándo sufrimos la visita de gentes de tan poco recomendables como Stéphane Hessel, Brian Currin o Philip Pettit. No son precisamente turistas, ni tampoco desinteresados bienhechores; más bien gentes que tratan de apañar unos euros allí donde más fácil lo ven. Y ahí entramos nosotros, como si fuéramos una colonia en proceso de autodeterminación.
Hessel, llegado la pasada semana para sacarse unas perrillas con la venta de “Comprometeos”, su segundo panfleto, se permite inmiscuirse en la vida nacional como si esto fuera Zambia, con perdón de los zambios. Hace unos meses dejó su tarjeta de visita editando en castellano la guía espiritual de los indignados con prólogo de Sampedro. Y llega ahora para atizar los rescoldos del cabreo como aportación a la campaña electoral del 20-N.
Lo grandioso es verle agasajado por gentes del sistema, caso del superministro Blanco, y cómo el anciano franco alemán corresponde proclamando tanta admiración por Zapatero y Pérez Rubalcaba como desprecio de Rajoy, a quien en ningún caso hay que votar, advierte.
El otro, el surafricano Currin, viene con experiencia descolonizadora labrada en su país y otros como Ruanda o Sri Lanka. Los tres deben de ser precedentes sustanciales para resolver lo del derecho a decidir de los vascos.
Así como a Hessel, en principio y sin meternos en honduras, le asisten sus derechos de autor, en el caso de Currin, además de la Fundación Henry Dunant que preside honoríficamente Javier Solana, no se sabe bien quién paga sus cuentas; los fondos reservados tienen eso, la reserva. En todo caso sus gestiones algún fruto han dado: los etarras están de nuevo en las instituciones locales vascas, ahora bajo el paraguas de Bildu, y tras el 20-N estarán en el Congreso, porque la Justicia anda justa de voluntades.
Y por último, el profesor visitante irlandés. “Leyendo a Pettit descubrí que de lo que hablábamos era de republicanismo”, confesó hace algunos años Zapatero. Dado que en su día le encargó analizar el estado de nuestra democracia y su gobierno, parece claro que este viene con gastos pagados.
¿Y qué tiene dicho Pettit? Pues, por ejemplo, que la democracia ideal no está basada en el consentimiento de las gentes sino en la contestación.
De tal principio cuelgan una serie de curiosas condiciones que las democracias han de cumplir para realmente serlo, y así surge la “democracia antimayoritaria”, basada en las dificultades establecidas con el fin de impedir que la voluntad mayoritaria pueda modificar las leyes fundamentales.
Con este tipo de personajes y consejos, ¿para qué queremos más?