Con meses de retardo el Gobierno cierra hoy las cámaras; decreta el final de la legislatura más triste de la democracia, al menos para cinco millones de españoles. Abandona tarde y de mala manera el cometido que la mayoría del país le encomendó hace tres años y medio. No es la crisis mundial la madre de todos los males nacionales, sino la irresponsabilidad con que se han gobernado ayuntamientos, comunidades y el propio país. O la impericia; y, en todo caso, el falseamiento sistemático de la realidad. De la realidad y de sus cuentas.
El presidente Rodríguez Zapatero y los vicepresidentes que le han acompañado en estos años son los primeros responsables de la situación, obvio. Pero a su vez, todos ellos son responsabilidad del partido socialista en pleno, desde el ex presidente González hasta el concejal Zerolo, sin cuya confianza y soporte no habrían llegado hasta hoy al frente del Gobierno de la nación.
Para algunos ha sido la historia de un gran fiasco. Comenzando por quien comentó que daba gusto tener al fin un presidente que decía las cosas con una sonrisa, y no como su predecesor; fue hace siete años, el día de su primera investidura.
La sonrisa se trocó en mueca demasiado pronto. Su modo de gobernar rechazó el gran consenso para atizar rescoldos de ancestrales resentimientos; convirtió leyes razonables como la de las parejas homosexuales en trágalas gratuitos; otras, como la reforma del aborto, en punta de lanza de una política radical sin sentido ni sensibilidad. Y puso en marcha pandemonios como el Estatuto catalán.
Durante la legislatura que termina no se ha cumplido una sola ley del Presupuesto. Ni el de 2009, 2010, o este mismo 2011 aún sin terminar los ingresos previstos han tenido algo que ver con la realidad. Lo sabían incluso antes de que la oposición lo advirtiera en el trámite parlamentario; “¡como sea, hay que sacarlo como sea!”, acabó siendo la consigna.
La misma con que han intentado diversos atajos para ofrecer algo que pensaron podría justificar un gobierno: el final de ETA. Pagando a ridículos intermediarios, negociando términos de acuerdos duros, blandos y mediopensionistas, excarcelando asesinos, abusando de la fiscalía y de otros órganos jurisdiccionales, e incluso estirando hasta lo posible, por si lo imposible llegara a suceder, la convocatoria de unas elecciones que debieron haberse celebrado hace meses. Muchos meses.