Es lamentable. Pérez Rubalcaba se desliza por una pendiente de boberías sin final conocido. La inteligencia que tiene atribuida no asoma por ninguna esquina. Como candidato de un partido marginal podría disculpársele la pésima interpretación de la partitura que ha elegido. Tiene una extraña habilidad para perder credibilidad, hable de lo que hable. Sus peculiares modos de actuar, la sonrisa ladeada sobre el juego de manos que no cesa como queriendo buscar la complicidad del interlocutor, produce el efecto contrario. Elena Valenciano debería revisárselo, que para eso se supone la ha colocado a su derecha.
Lo de esta mañana en el Ritz no fue serio. Y menos estando en la que estamos. Hablaba a la concurrencia como si estuviera en Rodiezno, con perdón de los sindicalistas astur leoneses. El que ministros y otros altos cargos coparan la mayoría de las mesas del desayuno, ilustradas por algunos diplomáticos, no es excusa a la hora de emitir mensajes tan consistentes como que Mariano Rajoy convivió con el impuesto del patrimonio y “sus buenos dineritos cobró”. O que Grecia es culpable, como Rusia en otros tiempos.
En ese empeño desesperado por soltar el lastre que arrastra de su reciente vicepresidencia y ministerios ejercidos en los dos últimos gobiernos, su negación a Zapatero, alcanza niveles tan ridículos como afirmar que él hubiera comenzado un año antes la restructuración de las cajas de ahorro; “nos recreamos pensando que todo estaba controlado”. Así, con un par.
Lo lamentable no es tanto verle empeñado en que su partido pierda las elecciones como el hecho de que pierda el sentido de su presencia en la sociedad española. Descolgarse ahora como nacionalista catalán en el asunto de la enseñanza y hacer un papirote con la sentencia del TSC es tan torpe como impropio.
Torpe porque puestos a elegir los nacionalistas votan a los suyos antes que a sucedáneos de ocasión. Pero sobre todo es impropio. No es ese el papel que corresponde al presunto líder de uno de los dos grandes partidos nacionales que hacen posible la gobernabilidad del Estado de las Autonomías. Debería consultar al respecto con Felipe González o Alfonso Guerra, que ellos sí que lo saben. Aunque tal vez también él los considere el pasado…