Los jóvenes del Papa han enseñado que otro mundo es posible. Que no hay nada, por vacío y sucio que parezca, que no esconda otra realidad por descubrir. Las mil y una imágenes de chicos y chicas que las cámaras mostraban en la explanada madrileña de Cuatro Vientos eran otros tantos soplos de aire fresco, de un aire nuevo que durante tres jornadas ha barrido negras sombras.
Los problemas siguen ahí, las circunstancias no se han tomado respiro, y sin embargo queda la estela de que otro mundo es posible. La crisis, siempre la crisis, dejó paso por unos momentos, breve paréntesis, a un escenario biesn diferente en el que la esperanza se impuso sobre el desespero y trascendió la alegría de vivir.
Atrás, tan lejos como el olvido, quedaban los indignados, el 15-M, teólogos anti sistema y escritos periodísticos sobre el eclipse de Dios cargados de tinta de calamar; sentencias como aquello de que si la libertad sirve para algo es para decirle al poder y a la gente lo que no quiere oír. ¿Sólo lo que no quiere oír? Extraña libertad.
Esta es la parte de realidad que un millón y medio de personas han vuelto del revés con sus cantos, su concentración, su amistad, su testimonio. Estos jóvenes del Papa son más libres porque no les ciegan las anteojeras que coronan a los uncidos a prejuicios sin salida. Dicen lo que quieren decir y a quienes quieran oírles, así de sencillo.
Son la voz del sentido común por inverosímiles que sus creencias puedan parecer desde la otra orilla. La intolerancia no es su juego; la sufren de manos de quienes usan la libertad para zaherir con lo que no quisieran oír. Callaron sus opiniones políticas, porque ese no era el juego del momento; ni serían unánimes, como corresponde allí donde hay libertad.
En fin, otra realidad existe. Para algunos podrá resultar justiciera, triste para otros o simplemente cargada de ironía. No siempre es dado el espectáculo de ver cómo un presidente de Gobierno, emperrado durante siete años en deshilachar las costuras cristianas de la sociedad española, ha de tragarse como número final de su mandato al Papa rodeado por dos millones de jóvenes llegados de todo el mundo para escucharle durante tres días en Madrid. Esta sí que es una alianza, y otra civilización.