Nadie en su sano juicio proyecta su futuro para perder. Por ello es natural que la vicepresidenta Salgado saliera de entre las nieblas que el domingo la envolvieron en las playas aledañas a Comillas con el propósito de no seguir perdiendo el tiempo.
La gallega orensana diputada por Cantabria, podría haberlo sido por cualquier otra circunscripción con el mismo escaso apego a sus representados, ha bailado con el más feo, lo que no deja de tener su mérito. Pocos se atrevieron hace dos años a levantar el dedo para cubrir el expediente que Pedro Solbes dejaba abierto, y hasta las narices de remar contra corriente en un Gobierno sin rumbo. Elena Salgado llevaba dos años en el ministerio de Administraciones Públicas; su calidad de ingeniero industrial y economista, su experiencia en los gobiernos de Felipe González, y la falta de nombres en la agenda de Zapatero le abrieron las puertas de Hacienda. Además atesoraba otra prenda del agrado presidencial: su antigua militancia comunista, tiempos universitarios.
Pero en 2009 las circunstancias no eran las mismas que en 2005, cuando como ministra de Sanidad y Consumo hizo la Ley antitabaco, en el primer gobierno del leonés de Valladolid. Su aspecto asténico y circunspecto aportaba un plus de seriedad que tampoco venía mal para pasearse por Bruselas. Y sabía idiomas.
Pero tantas virtudes no bastaron para generar la confianza que España ya no merecía, y al dictado de los que allá mandan tuvo que tomar nota de los llamados planes de ajuste, aquellas maniobras que permitían a algunos decir que el Gobierno daba pasos en la dirección correcta, y a ella que ya asomaban los primeros brotes verdes.
Los brotes verdes se tornaron cedizos y por los pelos nos libramos de la intervención europea de nuestros destinos; de la intervención formal.
Su anuncio no ha sido una buena noticia para el comando Pérez Rubalcaba; el espectáculo de ver cómo abandonan la nave que se hunde nunca es edificante. Pero el de Solares ha replicado con una especie de gambito de dama, poniendo en primera fila a la Sra. Valenciano; a dama caída, dama suplida. Podría haber sacado a la ministra de Exteriores, pero la Sra. Jiménez bastante tiene con sacar la patita del lío en que se ha metido con Israel. O a la de Defensa, pero eso ya son palabras mayores; ni más ni menos que la esperanza blanca de los jóvenes turcos apostados a la espera del batacazo del candidato.